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Opinión - 03.04.2020

Esto no es una guerra

Es peligroso que se utilice esta metáfora porque se trata de una imagen políticamente inflamable y peligrosa</h2>

Todo el mundo sabe lo que es una guerra y todos sabemos que esto no lo es. Sin embargo, Pedro Sánchez, Emmanuel Macron y Donald Trump afirman que sí, que esta es nuestra guerra. También lo escucho mucho en la tele y en los periódicos. Y es peligroso que se utilice esta metáfora porque se trata de una imagen políticamente inflamable y peligrosa. Crear un campo semántico en torno a la guerra, la pureza y el contagio es el virus más dañino para una democracia. Y se inocula a través de palabras que son capaces de atravesar pantallas y dispositivos. No hay aislamiento que nos libre del lenguaje. Por eso nos pasamos el día hablando de una guerra que no es con unos datos de infectados y de muertos que tampoco son. Que no son ni de lejos. Pero eso ya da igual. Porque en las guerras, todo vale.

La vedad es que me siento bastante idiota cada vez que escucho a un líder varón hablarme de guerra. Porque cuando todo esto empezó pensé que ahora sí, que iba a quedar claro que los retos de la sociedad del futuro necesitan nombres nuevos. Y creí que íbamos a buscarlos. Pensé que la asistencia entre personas, la comunicación, la gestión, la administración, la tecnología civil y el pensamiento serían más necesarios que nunca, que lo son. Y supuse que esta crisis tendría una semántica distinta puesto que se inscribe en una realidad nunca antes vivida. Sin embargo, ya están los hombres de acción haciendo menos de los que esperábamos de ellos pero llenando nuestras conciencias de un discurso belicista. Así es como consiguen que su ineficacia nos suene épica y hasta gloriosa.

La crisis que vivimos empezó más o menos pegada a los hechos. Empezamos hablando de empatía, de solidaridad y de todo tipo de profesionales relacionados en mayor o menor medida con una sola cosa: el cuidado. Necesitamos más que nunca personal sanitario, teleoperadores, servicios sociales y de limpieza, transportistas y repartidores, reponedores, cajeros de supermercado, comunicadores, profesores, filósofos… El virus impone la revolución de una nueva sociedad del cuidado y el conocimiento. Eso es la realidad. Y podríamos estar inmersos en el campo semántico de la sociedad del care (cuidado en inglés) que, por cierto, es mayoritariamente femenino. Sin embargo, estamos hablando de la guerra que es, además, el campo semántico de los hombres por excelencia. Un campo semántico que nos pone en peligro y nos dirige justo donde no queremos ir.

Un día dices tus dientes son como perlas y al siguiente llevas en la boca implantes cerámicos. Un día dices esto es la guerra y al siguiente hay gente pensando que en una situación así, puede que la respuesta de una dictadura como la china sea más eficaz que la meliflua receta europea. Porque, una vez en la trinchera, el único objetivo razonable es ganar. Y hacerlo a cualquier precio. Por eso, cada vez que Pedro Sánchez habla de guerra, Santi Abascal se da golpes en el pecho soñando con las próximas elecciones. Porque saldremos de casa, pueden creerlo y volveremos a votar. Y ese día Santi nos recordará que políticos hay muchos pero que legionario solo uno. Qué digo, puede que Abascal nos sepa a poco. Hitler también salió de una guerra, ya puestos a entrar en la lógica belicista dominante. Pero qué más dará una metáfora que otra, dirán algunos. Total, como no hay apenas populismos ni movimientos de extrema derecha rondando, qué importancia puede tener explicar el mundo con imágenes bélicas del siglo pasado o inventar una narrativa nueva que, ya de paso, nos incluya a todos y dibuje el mundo hacia el que queremos ir en vez del que queremos huir. Lo de Trump lo entiendo, porque sabe cómo abonar a su electorado, pero lo de Europa no tiene perdón. Y lo de Sánchez no tiene nombre. Cada vez que usa la metáfora de la guerra está dando munición a sus enemigos políticos, armados ya hasta los dientes de razones. Poco importa quien ganó en las urnas cuando la verdad está en el campo de batalla.

La imagen del mundo del héroe (hombre) que va a la guerra y después regresa a casa y a la paz la llevamos encima desde Homero. Sin embargo, leímos mal aquella historia. La leímos con mentalidad de varón, que es como hemos leído todas las historias. Sin embargo, si Ulises pudo volver porque Penélope lo esperaba en casa. Ella es el personaje heróico, la que se enfrenta a Troya sin salir de casa, la que hace posible la memoria y el sentido, la que tiene ternura en las manos para responder a la violencia. Necesitamos una semántica capaz de dar valor a la espera, a la confianza, a los cuidados, a todo lo que es femenino en esta sociedad, en esta crisis y en este siglo. Y con femenino no quiero decir mujeres. Quiero decir mujeres y hombres decididos a abandonar de una vez por todas la semántica del conflicto y del enfrentamiento. Todas y todos somos Penélope estos días. Todos en casita esperando, entendiendo, confiando, deseando que los líderes gestionen, prevean, cuiden, amparen, organicen. Y ellos, como siempre, contando batallitas.

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