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Opinión - 03.04.2020

El virus y el lenguaje militar

No hay trincheras, ni primera línea. Ni siquiera, enemigo. Solo es un virus

La Covid-19 no es el nombre en clave de un Ejército extranjero. Carece de armas y aviones. No tiene banderas ni ideología; tampoco habla idiomas. El virus desconoce el significado de una frontera, solo sabe que el cuerpo humano es un buen lugar para sobrevivir y propagarse. Es absurdo iniciar una rueda de prensa con un “sin novedad en el frente” porque no existe ese frente. Nada avanza sobre nuestras posiciones. No hay trincheras, ni primera línea. Ni siquiera, enemigo. Solo es un virus. El abuso del lenguaje militar desvía la atención sobre dos asuntos clave: nuestra responsabilidad en el estallido y la gestión de la pandemia.

Estamos ante una crisis monumental que desnuda las miserias de un sistema que se creía intocable. Las desgracias sucedían al otro lado de los muros y las concertinas, del Telediario y de nuestra conciencia. En toda situación extrema, y esta lo es, hay héroes y miserables. Es la condición humana.

No podemos decir que estamos en guerra con la nevera llena, reservas de papel higiénico para mil diarreas, agua caliente, calefacción, Internet de banda ancha, vídeollamadas, Netflix, HBO y otros. No es una guerra si un gran almacén o las tiendas del barrio te pueden llevar la compra a casa. Hasta es posible encargar cápsulas de Nespresso y pasear al perro.

Es un insulto para millones de personas que padecen la verdadera guerra, sea en Siria, Yemen, Libia, Nigeria o Somalia. Es una trivialización egocéntrica y primermundista. Hay otros millones que mueren de enfermedades olvidadas para las que no existen vacunas porque los pobres no son rentables. Cada día fallecen 8.500 niños sin nombre ni apellido a causa de la desnutrición. En 2017, murieron 6,3 millones de menores de 15 años por causas que se pueden prevenir. Son datos de la OMS, el Banco Mundial y Unicef.

Decimos que nuestro personal sanitario lucha contra un enemigo poderoso y desconocido, y que lo hace sin munición. Es una buena imagen que refleja la realidad, pero que nos distrae de exigir responsabilidad a los que consideraron la salud pública como un gasto, no como una inversión. Si no tenemos armas, por seguir el lenguaje en boga, es porque las privatizaron.

Sunsan Sontag escribe en El sida y sus metáforas que el abuso del lenguaje bélico es inevitable en una sociedad capitalista en la que no cotizan al alza las consideraciones éticas. El lenguaje guerrero permite reclamar los mayores sacrificios, incluso la pérdida de libertad individual.

Estamos ante el mayor desafío desde 1945, como dijo Angela Merkel. El problema es que no tenemos un Roosevelt o un Churchill, sino un Trump que da por buena la cifra de 100.000 muertos en EE UU para otorgarse un sobresaliente en la gestión de la crisis. Si superara los 150.000, tendría más fallecidos por coronavirus que estadounidenses muertos en la Primera Guerra Mundial. No parece la mejor publicidad en un año electoral.

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