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Opinión - 27.11.2019

Hay una campaña orquestada

El plural, más que la adversativa, es el que marca el rumbo definitivo de estos tiempos: la disolución del individuo y su responsabilidad única en un grupo homogéneo y teledirigido al que poder endosarle cualquier cosa

Quizá la mejor definición de España, un país creado para que sus habitantes se peleen por definirlo, sea «campaña orquestada». Sintagma de moda precisamente en la edad de oro del sintagma, bajo la “campaña orquestada” se está explicando todo con una eficacia desconocida, hasta eso tan indescifrable como el periodismo (no tengo duda de que forma parte de una campaña orquestada seguramente por Soros; tampoco tengo duda de que yo no me doy cuenta: generalmente los manipulados nunca lo hacen).

Es en el tiempo de las grandes emociones cuando las campañas orquestadas tienen más sentido; remiten a una culpa difusa según la cual uno siempre es víctima. Hasta Ortega Smith lo es, según sus propias palabras, tras denunciar una «campaña orquestada» de una mujer en silla de ruedas que recibió hace veinte años tres balazos de un hombre. Las campañas orquestadas no son patrimonio de la extrema derecha, por más criminales que sean su uso por su parte, sino algo muy común en la izquierda, donde cualquier batacazo hay que explicarlo apelando a culpables oscuros (qué bien me lo pasé yo leyendo Me cago en Godard, de Pedro Vallín, y qué subrayadita esta frase sobre los analistas del materialismo histórico: «De tanto buscar bajo lo palmario, a veces cavan sin propósito claro, buscando una revelación final, una confirmación definitiva en forma de un mal último y sustantivo que, o no existe o es extraordinariamente esquivo pero que lo explica todo. Y todo es todo. Porque el pensamiento marxista reúne tres atributos inmarcesibles: es dialéctico, es maníqueo y todo lo abarca. El marxismo es un relato moral, de ahí que habite en él una profunda vocación defensiva»).

Con una «campaña orquestada» y con un «lo político es personal» hoy en España uno puede conseguir no responsabilizarse de nada. Sólo hace falta voluntad y cara, más voluntad que cara. Una de las claves es el plural. El plural, más que la adversativa, es el que marca el rumbo definitivo de estos tiempos: la disolución del individuo y su responsabilidad única en un grupo homogéneo y teledirigido al que poder endosarle cualquier cosa, sea o no favorable. Cuando alguien —¡yo, sin ir más lejos!— dice una cosa vergonzosa, que se dicen muchas a lo largo del día, entonces yo desde luego seré el culpable, pero a quien se señalará —e incluirá— será a mi profesión bajo las conocidas atenciones de «así está el periodismo» y «el periodismo es una mierda» antes de repasar cualquier detalle individual que permita incluir a más culpables, como “los gallegos”, “los madridistas” o «los morenos».

¿Quién, en medio de una discusión con otra persona, no recibe hoy en día la respuesta de «es que vosotros»? Yo siempre tengo que mirar atrás para ver quién está conmigo. A veces estoy tan solo en la vida que le digo a mi interlocutor: «¡Nosotros, quiénes! Preséntamelos». España es fiel a sí misma, escribió Chaves Nogales en un libro que tampoco pasa de moda, La España de Franco (Almuzara, 2012). Entonces era la conspiración judeomasónica hábilmente sustituidos judíos y masones por feminazis, LGTBI y niños inmigrantes (un gag del Costa Concordia con Schettino y Ortega Smith, uno escapando el primero y el otro preguntándole a mujeres y niños: «Vosotros adónde creéis que vais»).

Chaves dijo esa frase a propósito del general Martínez Anido, «el más indicado para la represión» que, incapaz de someterse a la demagogia del falangismo «entregado en cuerpo y alma a asesinar rojos», fue destinado a la lucha antituberculosa antes de ponerse al frente de las matanzas. España es fiel a sí misma es, en sí, mejor definición que fruto de una campaña orquestada. Siendo verdad las dos cosas.

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