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Opinión - 30.08.2019

Camino hacia la ruina

Para gobernar hace falta enfrentarse a lo real y dejar las fantasías

Las consideraciones que hizo Nicolás Maquiavelo en El príncipe están pensadas para otra época, ya lejana, que poco se parece a la de las democracias actuales, donde se eligen Gobiernos que salen de las urnas cada cierto tiempo. Las ciudades-Estado de la Italia que conoció no tienen nada que ver con las sociedades de masas de hoy, marcadas por unas industrias del espectáculo con grandes tentáculos y mucho poder. Lo que se cuenta en El príncipe, que pasa por ser una de las más lúcidas contribuciones al pensamiento político, resulta muchas veces extraño, fuera de lugar, y a veces es complicado encontrar una traducción idónea de algunas de sus observaciones para aplicarlas al presente. Pero lo fundamental está ahí. Y lo fundamental es el poder, ese que un día recibe el príncipe y que tiene que aprender a manejar. Ahí es donde aparece Maquiavelo, que fue diplomático y funcionario y que se dedicó también a la filosofía y a escribir, para dar unas cuantas recomendaciones. Ese adjetivo, el de maquiavélico, procede de sus consejos, que, a ratos, tienen un punto retorcido, subterráneo, astuto, incluso turbio.

Aun así, no es una mala idea sugerirle a un político que vuelva a leer El príncipe en estos tiempos de arrebatadas emociones y de moralina permanente. Y hay algo de lo que dice que merece destacarse. “Siendo mi fin escribir una cosa útil para quien la comprende, he tenido por más conducente seguir la verdad real de la materia que los desvaríos de la imaginación en lo relativo a ella; porque muchos imaginaron repúblicas y principados que no se vieron ni existieron nunca”, escribe Maquiavelo. Luego insiste en que hay mucha distancia entre saber “cómo viven los hombres”, aquí y ahora, y levantar las más minuciosas hipótesis para proponer “cómo deberían vivir”. “El que, para gobernarlos, abandona el estudio de lo que se hace para estudiar lo que sería más conveniente hacerse aprende más bien lo que debe obrar su ruina que lo que debe preservarle de ella”, continúa.

“En todo, ver las cosas como ellas son”, apuntó Napoleón Bonaparte en la anotación que hizo sobre este punto durante su lectura del libro del italiano. Maquiavelo señalaba el disparate de andar en lo imaginario cuando hay que estar en lo real, y esa es una lección imprescindible que no parece tenerse demasiado en cuenta. Los políticos que deberían estar durante estos días operando a ras de suelo, pegados a los acuciantes problemas a los que cualquier nuevo Gobierno tendrá que enfrentarse, andan más bien habitando el reino de un puñado de abstracciones que están más cerca de sus fantasías que de la dura realidad. Hablan de mandatos del pueblo y de humillaciones, se refieren a oportunidades perdidas como si no se pudiera desandar el camino, se acusan de cometer traición, subrayan que el país se rompe.

Maquiavelo insistió también en que el príncipe debía estar preparado para anticiparse a los problemas antes de que sobrevengan. “Sucede, en este particular, lo que los médicos dicen de la tisis, que, en los principios, es fácil de curar y difícil de conocer; pero que en lo sucesivo, si no la conocieron en su principio, ni le aplicaron remedio alguno, se hace, en verdad, fácil de conocer, pero difícil de curar”. Luego apuntaba ya a las cosas del Estado: si uno se anticipa a los males que vienen, consigue que se curen pronto; si no se ven venir, ya no hay luego manera de arreglarlos. ¿No les resulta familiar esta advertencia? Por no agarrar la realidad por los cuernos —y dejarnos de fantasías— caminamos hacia la ruina. Por no adelantarnos a lo que viene nos pilló la tisis. Estamos enfermos.

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