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Opinión - 29.11.2018

Una sombra de altos vuelos

La prioridad siempre será reducir el daño, a las personas, a las empresas y al planeta

Si te estás comiendo unas alubias con butifarra a pleno sol y, como es natural, te empiezas a sentir mal, lo primero que se te ocurre es soltar la cuchara y darte por vencido. Pero hay otra opción, que es ponerte a la sombra y seguir forrándote los endotelios con la vianda memorable. Esto es más o menos lo que pasa con un debate científico y moral sobre el cambio climático. Frente a esta amenaza ambiental, lo primero que se te ocurre es borrar del mapa los combustibles fósiles que han causado la mayor parte del problema. Pero, de nuevo, eso no excluye la posibilidad de ponerse a la sombra y seguir quemando gasolina, o comiéndose las judías.

La sombra es artificial, pero ya está muy cerca de llegar a la atmósfera en un pequeño experimento concebido como prueba de principio. Consistirá en esparcir desde unos globos aerostáticos, y a 20 kilómetros de altura, unas lascas de 100 gramos de carbonato cálcico. Es difícil imaginar una sustancia más vulgar. El carbonato cálcico es el alma de la roca caliza, la creta, el travertino y el mármol, y también de nuestras partes duras, como los esqueletos y las conchas. Disuelto en agua constituye el popular bicarbonato que se usaba para calmar el ardor de estómago. Lo que nunca ha estado es a 20 kilómetros de altitud, y esa es la novedad.

El carbonato de calcio es blanco como el nácar, y eso le hace ideal para reflejar la luz del Sol y devolverla al espacio sideral. Recuerda que una cosa azul es la que absorbe todas las frecuencias del arcoíris salvo la frecuencia del azul. Una cosa negra es la que absorbe todas las frecuencias. Y una cosa blanca es la que las refleja todas, y por tanto devuelve al Sol lo que le llega del Sol. Su dispersión en las capas altas de la atmósfera puede funcionar como una gigantesca sombrilla que reduzca la cantidad de fotones solares que llegan a tierra firme, y baje así la temperatura media del globo que nuestra industria y nuestros coches pugnan por aumentar. Los experimentos de laboratorio confirman esta idea, y la historia también la respalda. La erupción del volcán Pinatubo, Filipinas, en 1991, inyectó en la atmósfera 20 millones de toneladas de partículas de sulfato que enfriaron el planeta en medio grado durante 1,5 años. El carbonato cálcico funciona mejor aún. Solo falta soltarlo en la estratosfera.

El proyecto de Frank Keutsch y sus colaboradores de la Universidad de Harvard nos dirá si esta estrategia funciona, cuánto y en qué condiciones. La cuestión más cautivadora, sin embargo, es otra que está más allá del alcance de la ciencia: si fuera posible, ¿deberíamos hacerlo? El pragmático se preguntará ¿por qué no?, y el moralista le responderá: esa técnica supone una distracción del verdadero objetivo, que es eliminar los combustibles fósiles. Este es un argumento moral, en efecto, porque admite que una técnica puede ser útil, pero la rechaza porque emite un mensaje pedagógico censurable. Como ponerse a la sombra para seguir tragando alubias con butifarra. Un dilema ético sobre el que puede reflexionar el lector.

Mi opinión (yo también concurso, ¿qué pasa?) es que la prioridad siempre será reducir el daño, a las personas, a las empresas y al planeta. Si nos convencemos de que el cambio climático va a incrementar la pobreza, la desigualdad y la libertad de las siguientes generaciones, nuestra obligación será reducirlo con las mejores herramientas que nos dé la ciencia. La pedagogía también consiste en explicar esto.

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