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Opinión - 21.04.2020

Suspense general

Con el conocimiento hay que tener paciencia. Y esta sociedad nuestra no la tiene

Convengamos que el año 2020 siempre nos parecerá que se quedó cojo. Y pensaremos: la primavera fue lo único que estuvo en su sitio. Los mejores profesores se esfuerzan por que la enseñanza telemática no sea una mera pantomima. Pero los peores seguro que han encontrado la guarida perfecta para su vagancia. Como los alumnos. Y sin embargo, la educación persiste como la pieza clave. Incluso cuando vemos que los expertos científicos no logran un acuerdo y muchos miran por el microscopio con filtro ideológico. Hasta los políticos, que esperaban de ellos certezas, improvisan mientras aguardan la rotundidad de una verdad consolidada. Todo llegará. Pero con el conocimiento hay que tener paciencia. Y esta sociedad nuestra no la tiene. Confieso que al escuchar las discusiones sobre el modo de zanjar este curso en las escuelas recordé mi única experiencia con el aprobado general. El recuerdo se despertó además acompañado del fallecimiento del admirado profesor Carlos Seco Serrano. Fue él precisamente quien nos permitió disfrutar de un aprobado general en aquel lejano curso de tercero de Periodismo de los años 1988-1989. Era una tradición cuando el profesor se jubilaba, y él lo haría en ese curso después de décadas de enseñanza, divulgación y escritura de libros y estudios.

La única forma de combate contra la masificación en aquellas aulas de la Complutense solía corresponder a la voluntaria ausencia de muchos alumnos camino del excitante bar. En los días de examen se evidenciaba la falta de pupitres y se procedía a dividir la clase en tres aulas distintas, para que no estuviéramos unos encima de otros prestos a copiar. Por eso el curso de Seco Serrano cobró otra dimensión. Sus clases se convirtieron en un ejercicio voluntario de aprendizaje. Su impresionante erudición le permitía convertir las horas en sesiones maravillosas de narrativa histórica. Los acontecimientos de ese siglo XIX que aún condiciona nuestra vida política de manera asombrosa venían en boca del profesor siempre envueltos por detalles específicos, anécdotas nutritivas y una capacidad evocativa que convertía la asistencia a clase en un placer siempre corto. Había algo de episodio único en sentarse a escuchar algo tan bien contado, con tanto sentido y con tan inmensa capacidad de interrelación.

Nunca he dejado de leer e interesarme por las opiniones del profesor Seco Serrano. Pero precisamente hoy conviene reconocer que la presencia física, su voz, su apariencia, la distancia entre infinita y mínima que provoca el aula, preservan como algo incomparable la clase sobre todo lo demás. No pidamos a la tecnología que sustituya lo que es mágico. Que ni lo útil ni lo urgente nos arruinen los verdaderos disfrutes de la vida. Pese al avance tecnológico, lo complicado de lograr es que los alumnos perciban su ciclo vital completo en época de explosión hormonal y juego. Algún día quizá sabrán que su formación es su tesoro y nace de la implicación personal, ajena a los planes oficiales. En un mundo ideal, el examen es inútil. Como sucedió en aquel curso, era precisamente la idea de aprobado general, que sobrevolaba feliz por nuestros ambientes estudiantiles, la que motivaba a acudir a clase, escuchar, aprender. Qué miedo le tenemos a la libertad, porque a menudo evidencia nuestra impotencia, nuestra pequeñez y nuestra renuncia ventajista a la propia responsabilidad.

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