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Opinión - 11.11.2019

Pitonisa

Ojalá los resultados electorales corrijan injusticias, depresiones y dolores que no se entienden al margen de estas inclemencias, intemperies y afiladas cuentas de resultados

Esta columna no la escribí ayer. Me puse el turbante de pitonisa. La escribí pensando si debería titularla Aterrorizada —por los zombis del Cid—, Defraudada, Virgencita —que me quede como estoy—, Abúlica, Esperanzada o Entusiasmadasiguiendo una gradación en consonancia con mi sentido de la utopía realizable. Sin embargo, el legítimo deseo de poder termina desactivando los valores de una izquierda impelida al autosabotaje y a encizañarse desde dentro para reconocerse en una dejación ideológica gradual: socialismo, socialdemocracia, social-liberalismo, centrismo escorado hacia la izquierdita, sensibilidad social y sentido común, metamorfoseado en corazón herido. Sentido común y corazón se esgrimen cuando la mención a la política da miedo, porque política e ideologías se retratan como si intrínsecamente fueran malas y corruptas. La razón queda desarmada ante el corazón sangrante de quienes reniegan de la violencia practicándola a diario y se hacen cruces, como yo misma, cuando personas con máscaras rompen cosas y no se escandalizan tanto cuando el Tribunal Constitucional da por bueno el despido de una mujer que faltó, por baja laboral, a un 20% de su jornada a lo largo de dos meses. Los motivos de las ausencias habrá que buscarlos en las condiciones de vida, el cansancio cronificado y la enfermedad que calcifican en el cuerpo de las trabajadoras: quien cuida, se exige demasiado para estar “a la altura”, rompe techos de cristal y se corta, es penalizada salarialmente en previsión de su maternidad, obligaciones domésticas, dolores de su menstruación… Las razones para el despido aluden a “libertad de empresa y productividad” y, como señala María Luisa Balaguer, magistrada que firmó un voto particular: “No puedo asumir que la libertad de empresa […]pueda ser antepuesta al derecho a la integridad física o moral de los trabajadores, y a un valor tan fundamental como es la salud humana”. La sentencia avala las buenas intenciones innatas a la patronal y la picardía congénita del personal asalariado sin atender al hecho de que, a menudo, Robin Hood tiene razón.

Mientras escribía esta columna sabiendo que no iba a titularse Entusiasmada, cruzaba los dedos para no estar hoy “defraudada” por una subida de la derecha ni “abúlica”, mañana, cuando pactos rechinantes mermen mi ilusión. Solo pido que casos como el de esta mujer no se repitan. Que se derogue esa ley de reforma laboral de la que son responsables PP y PSOE. Que la salud de la ciudadanía, en especial de mujeres que bracean el doble por subsistir, nunca sea menos importante que la productividad. Que no se mantenga el nocivo pensamiento de que los beneficios empresariales redundarán en el bienestar cardiovascular de clases trabajadoras en activo o en paro. Que se contrasten los beneficios de los bancos con los niveles de pobreza energética y con el exacto número de familias en las que nadie encuentra empleo ni recibe ninguna prestación. Con el número de niñas y niños que no se concentran en clase por no estar debidamente alimentados. Con el número de trabajadores y trabajadoras pobres. Con el número de personas sin hogar. Ojalá los resultados electorales de hoy corrijan injusticias, depresiones y dolores que no se entienden al margen de estas inclemencias, intemperies y afiladas cuentas de resultados.

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