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Opinión - 08.02.2019

Los botones negros

Ha habido nuevos muertos estos días, pero hay quienes siguen ciegos ante el dolor de los venezolanos

Esto tiene que ver con los venezolanos, pero antes hace falta dar un rodeo por un rincón de la Rusia del siglo XIX. San Petersburgo, década de 1860: Lou Andreas-Salomé es todavía una niña que al irse a dormir le habla a Dios, le cuenta lo que ha hecho durante el día, lo que ha pensado, lo que ha sentido. Siempre empieza con un “como sabes”, porque es consciente de que el Señor lo ha contemplado todo ya y conoce perfectamente cuánto ha sucedido.

También en las ideologías políticas opera ese “como sabes”. Es lo que se da por sabido entre los que comparten una manera parecida de ver las cosas. Es el relato, la colección de principios, los mitos que explican cómo sucedieron y funcionan las cosas, los instrumentos de análisis, una dirección hacia el futuro, propuestas de acción. Como sabes.

Pero a veces se producen quiebras. La escritora y pensadora Lou Andreas-Salomé, que estuvo muy próxima a Nietzsche, Rilke y Freud, entre otros intelectuales de su tiempo, cuenta en su libro de memorias Mirada retrospectiva lo que la empujó a romper con ese Dios que tenía pintado al lado de su cama y con el que hablaba todas las noches. Resulta que un mozo de labranza de la residencia de verano de su familia les llevaba de tanto en tanto huevos del campo a la ciudad. Un día le contó que había visto a una pareja delante de la casita en miniatura que su familia les había construido a los niños en el jardín. Así que la siguiente vez que el muchacho pasó por San Petersburgo, la pequeña Lou se interesó por lo que les había pasado a esas personas. Cada vez se fueron volviendo más pequeñas, le contestó el mozo, hasta que “una mañana, al barrer delante de la casita”, solo encontró “los negros botones del abrigo blanco de la mujer, y del hombre entero no quedaba más que un sombrero abollado”. Se fundieron, se los tragó la nieve.

Aquella noche, Lou Andreas-Salomé esperó por primera vez alguna señal de aquel Dios que todo lo conocía. No esperaba mucho, una palabra, un signo, algo que le diera a entender que ese episodio que tanto la inquietaba estaba también contemplado, y que no era tan terrible que aquella pareja desapareciera sin encontrar refugio en su casita. Pero no hubo respuesta de ningún tipo. Lou Andreas-Salomé escribe que entonces “no solamente de mí desapareció el Dios que había estado pintando sobre la cortina, sino que desapareció del todo, para el universo entero”.

El director de orquesta venezolano Gustavo Dudamel apoyó durante años el “como sabes” de la revolución bolivariana. Lo apoyó tanto que, incluso cuando en 2015 algunos líderes de la oposición habían sido encarcelados, defendió su posición neutral y afirmó en un artículo que respetaba a Maduro. Poco después, en 2017, uno de los alumnos del programa de educación musical conocido como El Sistema, con el que Dudamel estaba profundamente comprometido, fue asesinado por las fuerzas de seguridad del Gobierno. El joven violinista cayó en una manifestación contra Maduro, lo recuerdan Levitsky y Ziblatt en el ensayo donde analizan cómo mueren las democracias, y Dudamel reconoció entonces en otro artículo que Venezuela era cada vez más una dictadura.

Los botones negros y el sombrero abollado, igual fue un estuche de violín tirado en la calle el que quebró la fe de Dudamel en el “como sabes” de los chavistas. Ha habido nuevos muertos estos días, pero hay quienes siguen ciegos ante el dolor de los venezolanos.

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