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Opinión - 14.07.2019

La diplomacia, en su fin de época

El manual británico para tratar con Trump dejó en el tintero la recomendación más importante: mantenerlo en secreto

Tres son las reglas británicas para tratar con el presidente más imprevisible y atrabiliario de la historia. La primera es la inundación o saturación, que consiste en influir sobre todos cuantos tienen acceso directo a su conversación personal, ya sean sus colaboradores de la Casa Blanca, ya sean sus amigos y familiares con los que suele hablar por la noche, sobre todo por teléfono. La segunda es la llamada directa de la primera ministra, considerada insustituible, al menos dos o tres veces al mes y a ser posible todavía con mayor frecuencia. La tercera es la adulación más descarada por parte de los políticos y funcionarios que tengan ocasión de hablar con él, con el detalle de no olvidar el halago “por algo que haya hecho recientemente” o que “le presente como el vencedor”, y la nota al pie, dirigida a los pretenciosos, de evitar las sutilidades, ironías y ambigüedades, de difícil comprensión para una mentalidad narcisista e incluso infantil como la del presidente.

Kim Darroch, embajador del Reino Unido en Washington hasta el pasado miércoles, es el autor de estas recomendaciones respecto al trato con Donald Trump, aunque este experimentado y astuto diplomático se olvidó de la más imprescindible de todas, como es mantener el secreto más absoluto sobre ellas, y ese olvido es precisamente el que le ha llevado a la ruina. Este Maquiavelo fracasado deberá consolarse con la popularidad adquirida con la difusión de sus mensajes secretos, que han venido a sumarse a la ya abundante bibliografía sobre el caos trumpista y la ineptitud del presidente, después de la escandalosa publicación de los libros de los periodistas Michael Wolff (Fuego y furia) y Bob Woodward (Miedo), y del informe del fiscal especial Robert Mueller.

Las revelaciones tendrán consecuencias, más allá de una filtración que tiene seguras implicaciones en la pelea del Brexit y las ambiciones políticas de Boris Johnson, amigo de Trump y fiel seguidor del manual de aduladores de Darroch. Todo será más difícil a partir de ahora si los diplomáticos no pueden comunicarse con garantías de confidencialidad sobre sus análisis y diagnósticos. Los cables del departamento de Estado revelados por WikiLeaks, hace casi una década, fueron solo el principio de una decadencia, pero la filtración de los cables del Foreign Office sobre Trump llega con aires de clausurar definitivamente una época de discreción y de buenas formas que caracterizaban a la diplomacia tal como la habíamos conocido hasta ahora.

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