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Opinión - 29.11.2019

Inversión para crecer

A la amenaza de estancamiento hay que responder con gasto e inversión pública en mercados tecnológicos

La política de estímulos fiscales mediante el aumento del gasto público y de la inversión en infraestructuras es hoy la única solución razonable de carácter colectivo para las áreas económicas amenazadas por un crecimiento lento combinado con el envejecimiento de la población. En este caso están sin duda el área euro y, en ella, España. Tanto el FMI como la OCDE y, a escala nacional, el Banco de España, han propuesto en algún momento modificar el paradigma de la austeridad a ultranza y sustituirlo por políticas progresivas de mayor expansión fiscal, porque, como ya es evidente, la política monetaria ha agotado prácticamente su efectividad.

Ahora bien, los Gobiernos, que en el caso de la eurozona son responsables de la política presupuestaria, tienen que enfrentarse a una limitación, que es el compromiso de estabilizar el déficit público y la deuda, y a una recomendación, que es la de incentivar los sectores y mercados que proporcionen ventajas competitivas frente a las áreas del dólar, del yen o del yuan. El hecho es que Europa está perdiendo terreno en la competencia feroz por ocupar posiciones relevantes en la guerra por las nuevas tecnologías. Los organismos multinacionales, con una prudencia que está en sus naturalezas, recomiendan que lideren los aumentos de gasto e inversión pública los países con fuerte superávit público, como Alemania, mientras incitan a otros, como España, a que, sobre todo, reduzcan su endeudamiento.

La clave está en la selección de inversiones. Si Europa pretende tener alguna posibilidad de cerrar la brecha tecnológica con Washington o Pekín tiene que optar por una política fiscal expansiva cuya diana sean aquellos mercados y tecnologías que produzcan más valor añadido, mejoren la productividad y generen empleos de calidad. Existen nichos económicos que cumplen tales requisitos. Uno de ellos es el de las tecnologías contra el cambio climático. No es una ocurrencia de última hora; en eso consistía el plan inversor de Barack Obama antes de que la involución Trump liquidara un programa que acertaba en sus objetivos y tenía grandes oportunidades de constituirse en un embrión de un cambio económico de mayor alcance: convertir la lucha contra el deterioro ambiental en una oportunidad de negocio.

La iniciativa de la expansión del gasto tiene que ser europea. La cuestión relevante hoy es quién propone ese programa neokeynesiano para aumentar selectivamente el gasto público y la inversión y cómo se ejecuta. No es necesario subrayar que España necesita un plan así, primero para mejorar una productividad exigua y después para estabilizar el empleo y los negocios. De hecho, no debería renunciar a pelear por programas de esta índole.

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