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Opinión - 11.02.2019

Gibraltexit

El Brexit no hace peligrar la cohesión europea, como se ha comprobado, pero sí la unidad del Reino Unido

La inclusión de la referencia a que Gibraltar es “una colonia de la corona británica” en un texto oficial de la Unión Europea (UE) ha irritado al Gobierno británico.

Se comprende, pues estaba habituado a que la reproducción de esa doctrina de Naciones Unidas se hubiera sorteado en los textos comunitarios hasta ahora, en aras de una equidistancia cortés, pues los dos países separados por este anacrónico asunto, España y Reino Unido, pertenecían por igual al mismo club. Ante la creciente probabilidad de que Londres lo abandone abruptamente —sin pacto y tras rechazar el detallado Acuerdo de Retirada que su Gobierno había ya alcanzado con los negociadores de los 27—, la motivación de esa cautela decae. Un rudo Brexit sin acuerdo incorporaría pues, obviamente, un Gibraltexit asimismo menos amable. Supondría un apreciable logro diplomático de España, que impulsa la universalidad de las resoluciones de la ONU, a cuyo Consejo de Seguridad pertenece Londres.

El documento no supone ningún efecto ni perjuicio para los ciudadanos del Peñón ni para los del Campo de Gibraltar: el texto al que se incorpora facilita que los viajeros británicos a Europa, y viceversa, puedan trasladarse sin visado, si es en períodos cortos. La limitación a la libérrima circulación de la que todos gozaban hasta ahora no se debe pues al Gibraltex, sino al Brexit.

Un buen impacto colateral de este asunto es que constituye una ratificación práctica de lo que los dirigentes de la UE acaban de advertir, por enésima vez, a la primera ministra Theresa May: el Acuerdo de Retirada no puede reabrirse (otra cosa es la declaración política adherida) porque otros socios podrían suscitar asuntos bilaterales pendientes, como el caso de Gibraltar. Hasta el infinito.

Y un motivo de reflexión para el Gobierno británico y sus seguidores: el Brexit no hace peligrar la cohesión europea, como se ha comprobado. Pero sí la unidad de Reino Unido, garantizada por su pertenencia a la UE, tanto, al menos, como por su potencia individual. En el caso del Peñón se acabarían las buenas palabras. En el de Irlanda del Norte se reabrirían las tensiones potencialmente violentas, encauzadas por el Acuerdo de Viernes Santo que apoyaron (y financian) los europeos; y el pulso a la reunificación de Irlanda, bajo mando irlandés.

Es lo que acarrea despreciar los avances obtenidos. No solo peligra la integridad del vetusto reino, sino también todo aquello que ha rescatado y multiplicado desde que pertenece a esa Europa que parece ahora ignorar: su economía en la era posimperial, su apertura comercial, su potencialidad universitaria y centífico-tecnológica, su presencia en las artes innovadoras, su influencia legislativa y el papel de su lengua. Gibraltar aparece así como la primera de una nutrida serie de graves migrañas.

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