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Opinión - 11.02.2020

El oro y lo que reluce

El adelanto electoral pone al PNV a resguardo de las incertidumbres de la política española

Estaba cantado que el lehendakari Iñigo Urkullu iba a adelantar las elecciones vascas previstas para octubre al 5 de abril, el domingo anterior a la Semana Santa. Urkullu temía que si las elecciones vascas no se adelantaban a abril podían coincidir con las catalanas desde el momento en que el presidente Quim Torra anunció a fines de enero que las convocaría una vez aprobados sus Presupuestos. Esa fecha podía ser posterior y como Urkullu no ha conseguido garantías de Quim Torra ha decidido apostar sobre seguro y adelantarse.

Si algo querían evitar Urkullu y su Partido Nacionalista Vasco (PNV) era la coincidencia electoral catalana y vasca. No solo porque unas elecciones simultáneas taparían claramente las vascas. Sobre todo porque el debate electoral catalán, centrado en la rivalidad soberanista entre PDeCAT y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), estaba llamado a contaminar el vasco. Ante el fragor electoral soberanista de Cataluña, Bildu tendría en bandeja marcar la agenda electoral vasca rivalizando con el PNV sobre su mayor o menor soberanismo.

El debate soberanista con Bildu incomoda hoy al PNV. Desde que Urkullu sucedió a Patxi López a finales de 2012, una vez finalizado el terrorismo etarra, prosiguió con la pauta marcada por el lehendakari socialista de poner como prioridad los retos socioeconómicos sobre la agenda identitaria (lo contrario de lo que ha sucedido en Cataluña). Así, aunque comprometido con la renovación del Estatuto de Gernika, pendiente desde 1979, el PNV ha preferido enfriarlo hasta encontrar el consenso entre nacionalistas y no nacionalistas. Un debate sobre su compromiso soberanista con Bildu le alejaría de una centralidad que el PNV ha conseguido recuperar, tras perderla en la etapa de Juan José Ibarretxe (1998-2009), y le ha permitido alcanzar una sobresaliente presencia institucional. E incluso desempeñar un papel capital en la política española.

Además —y no es asunto menor— las encuestas muestran subidas del PNV. De esta manera, el resultado del PNV sumado a un Partido Socialista de Euskadi (PSE) también al alza podría otorgar a la coalición de Gobierno una mayoría absoluta de la que ha carecido durante esta legislatura.

Es cierto que la estabilidad de la política vasca es envidiable comparada con la catalana o con las incertidumbres en las que está sumida la española. Pero no es oro todo lo que reluce: la coalición PNV-PSE ha carecido de mayoría absoluta, algo que le ha acarreado una precaria actividad política y legislativa, aunque ha salvado los Presupuestos con el apoyo final de Unidas Podemos.

Prolongar esta situación hasta octubre, cuando ya los sindicatos ELA y LAB habían prometido una “primavera caliente” y la oposición amenazaba con bloquear los 28 proyectos legislativos pendientes, era una agonía innecesaria para el lehendakari Urkullu.

El adelanto pone al PNV a resguardo de las incertidumbres de la política española, cuya gobernabilidad está íntimamente relacionada con la extrema volatilidad de la situación catalana. Pero las incertidumbres son aún mayores en la derecha, al menos en Euskadi, pues no está claro aún si el Partido Popular nacional respaldará a Alfonso Alonso, representante del centroderecha foral, o a un candidato del nacionalismo radical español.

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