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Opinión - 08.03.2019

El bosque avanza

Las movilizaciones tienen que traducirse en políticas concretas

Los problemas que más pesan sobre las sociedades actuales son de una extrema complejidad. El primer paso es señalarlos, luego toca elaborar un diagnóstico, lo más preciso posible, que muestre sus raíces y sus tentáculos. Y, claro, habrá que combatirlos, buscar soluciones, dar respuestas que corrijan cuanto antes los mayores desperfectos y que establezcan pautas para el futuro. Abordar el cambio climático, por ejemplo, exige ya medidas inmediatas, pero la batalla durará mucho y obliga a establecer estrategias a largo plazo, acuerdos multilaterales, complicidades entre fuerzas políticas de signo muy diferente. No hay otra. Y lo mismo ocurre si se piensa en el terrorismo internacional, en las guerras híbridas que patrocinan algunos países autócratas, en las inmensas migraciones que se están produciendo de los países pobres a los más ricos, y que no dejarán de crecer. La revolución que Internet ha desencadenado en todos los órdenes de la vida y los avances de la biotecnología y la inteligencia artificial levantan, además, un inquietante escenario donde la libertad puede ser fácilmente triturada a través de artificios cargados con la dinamita de la posverdad.

Cuando Macbeth anda dando tumbos buscando respuestas a sus desvelos, las brujas convocan unas apariciones para que le revelen lo que va a ocurrir. La última de ellas le dice que no será derrotado “hasta que el gran bosque de Birnam” avance contra él por la alta colina de Dunsinane. “Eso jamás ocurrirá”, le contesta. “¿Quién posee el poder para movilizar un bosque, y ordenar al árbol que arranque la raíz que lo ata a la tierra?”.

Muchos árboles están arrancando hoy sus raíces de la tierra en distintos lugares del mundo, quién sabe si para desmentir las vanas esperanzas de Macbeth, y hay bosques que han empezado a moverse. En Venezuela y Argelia avanzan contra unos Gobiernos autoritarios que destruyen a sus ciudadanos. Pero hay otras movilizaciones, como las de las mujeres que reclaman igualdad o las de los jóvenes que piden un futuro para el planeta, que tienen algo de grito o de oración: lo que exigen a todos nos concierne, no hay un tirano concreto al que derribar. En todas esas multitudes, en esos bosques que de pronto han despertado, ocurre lo que apuntaba el escritor Elias Canetti: “Todas las exigencias de justicia, todas las teorías de igualdad extraen su energía, en última instancia, de esta vivencia de igualdad que cada uno conoce a su manera a partir de la masa”.

Hay un punto en que esos estallidos que llenan las calles de gente se diferencian del bosque que avanzó para derribar a Macbeth. En la tragedia de Shakespeare, Malcom ordena a sus soldados que corten ramas de los árboles para avanzar protegidos por su follaje. En las protestas de las sociedades actuales, en cambio, no hay ejércitos de ningún tipo. En el movimiento de esas masas que exigen un mundo mejor existe sobre todo un clamor: es urgente cambiar las cosas, y es necesario empezar a hacerlo ya. Pero es a partir de ese momento cuando toca construir una larga cadena de planes y apoyos. En estas sociedades cada vez más complejas la guerra no es el camino para tumbar a los dictadores, ahí está Irak. Y en las batallas por la igualdad de la mujer y contra el cambio climático son imprescindibles proyectos de largo alcance y, por tanto, complicidades entre fuerzas muy diferentes. Es ahí donde las democracias tienen que reforzar su verdadera razón de ser, la pluralidad, y tejer respuestas comunes desde la diversidad. Si perseveran en la polarización (y la impotencia), llegará el día en que los regímenes personalistas y las dictaduras se las merienden con un simple bocado.

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