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Opinión - 20.01.2020

Di lotta e di governo

La fragmentación parlamentaria ha hecho que cada vez más partidos jóvenes, hasta hace nada considerados ‘outsiders’, se hayan vuelto socios de coalición

A medida que se ha ido quebrando la hegemonía de conservadores, liberales y socialdemócratas, nuevos partidos han entrado en gobiernos. Desde los años noventa los ejemplos son numerosos: Refundación Comunista, la Liga Norte o el 5 Estrellas en Italia, el PCF francés, la Alianza de Izquierdas en Finlandia, los Verdes en Alemania, Suecia, Austria o, en este último país, la derecha radical del FPÖ. Con Unidas Podemos en España tenemos otro ejemplo y, sin duda, más vendrán.

La fragmentación parlamentaria ha hecho que cada vez más partidos jóvenes, hasta hace nada considerados outsiders, se hayan vuelto socios de coalición. Una situación que les genera un dilema estratégico: ¿Deben hacer “oposición desde el Gobierno” para señalar a sus bases que se mantienen fieles a sus principios y no perder a sus votantes más comprometidos? ¿Deben, por el contrario, comportarse como un partido responsable desde el Ejecutivo para atraer a aquellos que no les hayan votado y mostrarse como un socio creíble de coalición? ¿Deben alternar ambas estrategias?

Normalmente estos nuevos partidos tienen que nadar contra la corriente por partida doble. De un lado, en una coalición lo normal es que el socio mayoritario tenga más prima electoral. En general el presidente es más visible y el socio junior debe ceder más en su programa, asumiendo así más incumplimientos. Del otro lado, líderes, cuadros y bases deben hacer una transición de la “cultura” de oposición a la de gobierno. Esto, al menos para aquellos partidos que vienen de la contestación, puede generar turbulencias. Con todo, no hay duda de que integrarse en el gobierno es una oportunidad. Ofrecer las políticas prometidas a tus votantes, transformar la sociedad, e incluso disponer de rentas y cargos es algo, de entrada, positivo para cualquier formación. Ahora, estos nuevos partidos también deben conjurar dos riesgos.

Una tentación de las formaciones jóvenes es llevarse todos sus pesos pesados al Ejecutivo, lo que tiene sentido para afinar la gestión, pero que implica descapitalizar el partido y dejarlo sin estructura, haciéndolo más vulnerable en el medio plazo. Si la coalición sale mal todos quedan tocados. Además, un aspecto clave es la cohesión interna y la unidad de acción dentro de la organización. No hay política de comunicación que salve el rechazo electoral que genera la disensión interna permanente.

En 2006 Refundación Comunista pensó que podía buscar un buen equilibrio entre “di lotta e di governo” (luchar y gobernar) y terminó llevándose por delante al Gobierno Prodi. No ha sido, ni mucho menos, un caso excepcional. Marcar perfil propio sin erosionar la estabilidad del Ejecutivo, gobernar sin descuidar la organización, mantener la cohesión interna sin romper los vínculos con la militancia y las organizaciones afines son desafíos clave para cualquier partido nuevo que llega a un gobierno.

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