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Opinión - 17.01.2019

Coraje, obstinación e infortunio

Si la cobardía y el desaliento no pudieron con May, tampoco ha podido Corbyn con su moción de desconfianza

La fortuna suele estar mal repartida. Hay gobernantes que tropiezan con ella con insólita frecuencia y no saben aprovecharla, mientras que otros se arrastran toda la vida sin que ni por asomo les sonría la suerte, y en cambio persisten obstinados y valientes en sus combates en pos de la oportunidad definitiva que les sirva para alzarse con el triunfo.

Entre los primeros se halla David Cameron —probablemente uno de los gobernantes más frívolos e irresponsables de una época pletórica de gobernantes frívolos e irresponsables—, al que la fortuna le ha regalado casi todo, desde su origen familiar y su formación elitista hasta la oportunidad de convocar un referéndum arriesgado sobre la independencia de Escocia y ganarlo para la causa del mantenimiento de la unión. Entre los segundos se cuenta Theresa May, tibia partidaria de mantener a su país integrado en la UE y obligada a gestionar el Gobierno conservador tras una derrota ajena y la posterior deserción de sus responsables, empezando por Cameron, el primer ministro que convocó otro referéndum, este sobre el Brexit, porque creyó que se puede volver a vencer por el mero hecho de haber vencido.

El fracaso de May ha sido colosal. Entero y desde el primer día. No ha logrado nada de lo que se propuso. Ni en la negociación con Bruselas, ni en la convicción de sus conciudadanos. Al contrario, los 27 han exhibido una envidiable unidad de criterio y de posiciones negociadoras frente a Londres en el preciso momento en que se hallaban divididos en casi todas las otras cuestiones estratégicas. En cuanto a los británicos, habla por sí sola la cifra histórica de la votación del martes, un repudio político insólito en la historia parlamentaria de Westminster.

La tarea con que se enfrentó la primera ministra desde el primer día no era para espíritus pusilánimes o impacientes, como demostró la deserción inmediata de los personajes más ruidosos y ligeros en su trato con la verdad y con las promesas electorales. Gracias a su coraje y a su obstinación, May se atrevió a buscar la imposible coalición que reuniera a los partidarios del Brexit y a los partidarios de quedarse, aun a riesgo de obtener lo que ha obtenido, esa enorme y terrible coalición de todos los enemigos de la propuesta, necesariamente pragmática y posibilista y probablemente el único Brexit posible. La crueldad de esta vasta coalición es extrema, puesto que niega a May los votos para el acuerdo, pero también se los niega a Corbyn para abrir el camino a unas nuevas elecciones. Quieren sencillamente que May siga tostándose en esa sucia e intratable parrilla heredada.

También le salieron mal las cosas cuando disolvió el parlamento y convocó elecciones anticipadas para reforzar la base parlamentaria de su Gobierno y perdió en cambio la mayoría absoluta legada por Cameron. De los 10 votos de los ultraconservadores norirlandeses que necesita para mantener su gobierno en minoría deriva la salvaguarda o backstop pactada con los 27 para garantizar que la República de Irlanda no quedará separada del Ulster por una frontera dura, y a la vez que no será Reino Unido el que quedará separado del Ulster por la futura aduana exterior europea. Gracias a este mecanismo sin credibilidad, cabe la posibilidad exasperante de que Londres quede en el limbo de una provisionalidad sin fin, en la que no tendrá ni una sola ventaja de la permanencia en la UE ni tampoco ninguna de la separación.

Si la cobardía y el desaliento no pudieron con ella, tampoco ha podido Corbyn con su moción de desconfianza. Theresa May, determinada como los personajes trágicos regidos por el destino, prosigue su incierto camino en busca del imposible tropiezo con esa fortuna que nunca llega.

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