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Opinión - 29.01.2019

Confucio y Maduro

Las democracias del mundo debemos enviar un mensaje inequívoco: Guaidó es nuestro presidente

Hace 2.500 años un discípulo le preguntó a Confucio qué cosas necesitaba un Gobierno para sobrevivir. Confucio respondió que armas, comida y confianza de la población. Pero ¿qué ocurre si un gobernante no puede tener las tres cosas?, insistió el discípulo. Entonces, contestó Confucio, el gobernante deberá renunciar a las armas primero y a la comida después. La confianza de los súbditos es imprescindible.

La legitimidad de un régimen se refuerza con el poder militar y la prosperidad económica, pero, en el fondo, es una ficción colectiva. Un cuento que los ciudadanos nos creemos. Un sistema político no depende del control jerárquico del Ejército y las fuerzas policiales. Cuando se extiende la percepción de que el gobernante es un tirano, la disciplina militar más majestuosa se desvanece. Si le pasó al rey de Francia, al zar de Rusia y a los dictadores comunistas de la Europa del Este, ¿por qué no va a suceder en Venezuela?

La satrapía de Nicolás Maduro tampoco se sustenta en la comida. Pocos gobernantes han arruinado tanto una economía en tan poco tiempo. Desde 2013, el PIB venezolano se ha hundido a la mitad y el año pasado la inflación sobrepasó el millón por ciento. El socialismo bolivariano ha sido devastador. Los sueldos de los venezolanos han perdido más del 90% del poder de compra que tenían en 1998. La población está desnutrida y desabastecida, y más del 10% ha abandonado el país.

Al principio, los dirigentes bolivarianos podían ser tildados de ineptos bienintencionados. Pero, ahora, el empobrecimiento de la población es tal que, como señalan algunos analistas, es fruto de una estrategia deliberada. Si las clases medias de un país ven deteriorada su calidad de vida, se movilizan contra el régimen. Si son sometidas a condiciones infrahumanas, sus esfuerzos se concentran en sobrevivir o huir del país.

Pero, en su macabro cálculo, los ingenieros de las tinieblas que asesoran a Maduro no computaron el tesón de unos opositores que han resistido miseria y torturas con una entereza abrumadora. Ahora, dos legalidades, la del dictador y la de la Asamblea Nacional, penden del delicado hilo de la legitimidad popular. Compiten por los corazones de unos venezolanos, incluyendo los miembros de las Fuerzas Armadas, que esperan señales del exterior.

Por eso, las democracias del mundo debemos enviar un mensaje inequívoco: Guaidó es nuestro presidente. @VictorLapuente

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