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Opinión - 03.12.2018

Bendito sea el fruto

Vox está en una fase en la que no necesita disimular su machismo radical. De hecho, lo enarbola

Si algo indicaba el domingo por la noche que la contrarreforma ultraconservadora acababa de activarse en España fue la naturalidad con la que se asumió el posible pacto entre PP y Vox. Susana Díaz, con el semblante cetrino, apenas podía asimilar los peores resultados del Partido Socialista en Andalucía en democracia y quedaba en manos de José Luis Ábalos, secretario de Organización de los socialistas y ministro de Fomento, dar los bajos datos de participación y realizar la primera de las metáforas: “la batalla de la democracia frente al miedo”, reclamaba, en un discurso mortecino.

Fue Iglesias y no Teresa Rodríguez quien abría el melón del feminismo, pocos minutos después de la comparecencia de la candidata de Adelante Andalucía. Sus primeras palabras fueron: “Alerta antifascista: quiero hacer un llamamiento al movimiento feminista”. No es casual. Le siguió la letanía “y a las organizaciones de trabajadores, las plataformas de los afectados por la hipoteca, las organizaciones estudiantiles, los movimientos LBTGI y las organizaciones de pensionistas”, pero primero nombró al feminismo.

Iglesias apostó a que la “reconquista” de Abascal, como otros movimientos de ultraderecha en Europa y América, se basa en el populismo antiestablishment, y por tanto seducen a partir de ser ellos la nueva política de la que tanto se ha hablado.

Pero Vox tiene una particularidad, al menos en Europa: está en una fase en la que no necesita disimular su machismo radical. De hecho, lo enarbola. Su campaña, la más barata de los cinco partidos que obtendrán representación parlamentaria, muestra al hombre español a caballo, “Andalucía por España”, decenas de hombres que son solo uno, cabalgando esa reconquista. Y sus representantes, como Francisco Serrano, hacen gala del su lucha contra “el hembrismo radical” y se declaran víctimas “del yihadismo de género”.

Mientras una parte del análisis político se centra en cómo la izquierda no ha sabido capitalizar a la clase obrera empobrecida y harta de la corrupción, y se ha disgregado “articulando su proyecto en torno a las minorías”, Vox campa a sus anchas con medios propios, donde condenan el aborto y la denominada “ideología de género”, contra la que Casado también hizo campaña, con un ojo puesto en el mismo voto.

Poco ha ayudado el papel de algunos, no pocos, medios de comunicación que se han trabado en el análisis de los límites y el derecho a la libertad de expresión para dar pábulo a opinadores como Jordan B. Peterson, azote de aquella quimera denominada “corrección política”, inventada por los ultraconservadores, y que en la actualidad tiene la mirilla enfocada hacia otro miedo quijotesco: la desaparición de la masculinidad. O aún más, que el auge del fascismo es, en realidad, culpa de las feministas, que “fuerzan a los hombres a feminizarse”.

Los dos partidos que pueden acabar gobernando con la ultraderecha en Andalucía tienen en la invención del hembrismo una gran baza. La secuencia no escrita de los movimientos de ultraderecha comienza por una izquierda debilitada y el cuestionamiento de los movimientos considerados “identitarios”: LGTBI, feminismos, antirracismo. Cuando la ambigüedad y capacidad de fagocitación de la política tradicional por parte del movimiento ultra queda demostrada en los medios y las urnas, solamente entonces, se permitirá la introducción de la feminidad, que no feminismo, para dulcificar su imagen.

Quizás en ese momento suceda como en Amanecer Dorado, en el que cuando numerosos miembros destacados del partido son encarcelados, sus mujeres —entre ellas, la hija del líder Nikos Mijaloliakos— toman las riendas de la formación y continúan transmitiendo su mensaje. O como en Estados Unidos, dónde la youtuber ultraderechista Lauren Southern ha conseguido el favor de Donald Trump a través de su crítica a las guerras culturales, el feminismo y lo que denomina el “genocidio blanco” en Sudáfrica. O como en Alemania, dónde la líder de Alternativa para Alemania hasta 2017, Frauke Petry, dio una imagen aspiracional y menos radical pese a sus declaraciones antislámicas. O en Austria, donde Barbara Rosenkranz, la Mutterreich (la madre de la República), la responsable del aumento de fuerza de la formación Partido de la Libertad después de la muerte de su fundador, simpatiza con el negacionismo del Holocausto. O en Bélgica, en la que Anke van Dermeersch, del Vlaams Belang, se ha declarado a favor del apartheid de Sudáfrica. O, por supuesto, Marine Le Pen, del Frente Nacional, que comparó el rezo de la comunidad musulmana en Francia con la ocupación de ese país durante el régimen nazi y fue la primera en felicitar el domingo por la noche a Vox.

Las mujeres son cruciales para la causa ultraderechista, se consideran símbolos aspiracionales y suponen el paso al mainstream de la política. Una vez ha calado el discurso del fracaso de las identidades fragmentarias y el feminismo que no logra apelar al desencantado obrero de la izquierda —un discurso que ha calado, insisto, gracias a la opinión—, volverán a por las mujeres. No a por las feministas, a por las mujeres. El feminismo que ahora debe ser aniquilado será sustituido por la feminidad. Bendito sea el fruto.

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