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Opinión - 23.02.2020

Volver al Magreb

Urge encauzar las divergencias en la delimitación de los espacios de soberanía

La ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, visitará oficialmente Argel esta misma semana, después de haberlo hecho a Rabat poco tiempo después de que el presidente Sánchez formara Gobierno y echara a andar la actual legislatura. Ambas visitas parecen reafirmar una estrategia consolidada de la política exterior adoptada por la democracia española, en el sentido de considerar las relaciones con el Magreb, y, en general, el Mediterráneo, como uno de sus grandes anclajes internacionales, junto a Europa e Iberoamérica. Tanto el viaje que González Laya realizó a Marruecos, como el que emprenderá a Argelia en pocos días, han venido precedidos por las iniciativas unilaterales de los dos países magrebíes en la delimitación de sus respectivas fronteras marítimas con España. Más allá de las diferencias, el afloramiento casi simultáneo de estos dos contenciosos potenciales viene a poner de manifiesto que el desinterés político por la acción exterior, salvo para usarla como arma arrojadiza en el debate interno, empieza a presentar facturas al cobro.

En términos generales, España ha transitado en pocos años de promover una activa política mediterránea en la Unión Europea, completada con una decidida relación bilateral con los países de la región, a conformarse con una gestión rutinaria de lo que se alcanzó en el pasado. La pérdida de protagonismo en la que se ha traducido esta falta de empuje exterior no debe interpretarse en la clave estéril del orgullo nacional herido, por más que resulte inexplicable la ausencia de España en la búsqueda de salidas para Libia en las que, por lo demás, participan socios europeos con los que siempre existió una estrecha cooperación. Sin un proyecto de relación con el Magreb, el objetivo estratégico irrenunciable de que España contribuya a la democratización, el desarrollo económico y la estabilidad de la región queda sepultado bajo las diferencias que surgen entre países que comparten frontera y difieren en sus intereses. Desde este punto de vista, si por algo urge encauzar las divergencias surgidas con Marruecos y Argelia en la delimitación de los espacios de soberanía es por volver a trabajar cuanto antes en los grandes objetivos para la región.

Uno de los mayores logros de la diplomacia española en el Magreb, en los que el recientemente fallecido ministro Morán tuvo un papel decisivo, fue abandonar la aproximación africanista mantenida durante la dictadura, que consistía en defender los propios intereses apostando según la circunstancia por apoyar los de Marruecos contra los de Argelia, y viceversa. No es que durante los últimos años España haya regresado a aquella nefasta política, pero sí parece haber olvidado la trascendental importancia de consolidar una relación a la vez activa y equilibrada entre dos países enfrentados por el conflicto del Sáhara. Y ello en unos momentos en los que los otros dos actores de la región, Libia y Túnez, representan respectivamente el riesgo de fractura de un Estado tras una guerra civil y la esperanza de asentar el único sistema democrático claramente surgido de la primavera árabe.

No se trata solo de que España no pueda seguir instalada en una gestión rutinaria de las relaciones con el Magreb, sino de que está obligada, por propio interés, a volver con determinación, respeto e inteligencia a la región. El próximo viaje de la ministra González Laya a Argel, después del realizado a Rabat, es una ocasión para superar tanto la mera visita protocolaria de los comienzos de mandato como el encuentro instrumental para resolver los últimos problemas surgidos. La sociedad argelina se mantuvo al margen de la primavera árabe, no porque no compartiera los deseos de libertad que las inspiraron, sino porque se encontraba aún bajo la conmoción provocada por la guerra civil. Esos deseos de libertad afloraron hace un año y forzaron la caída de un presidente como Buteflika, más la máscara de un régimen exhausto que un líder en plenitud de poderes. Retomando la expresión del ministro Morán, España tiene que estar en su sitio.

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