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Opinión - 10.09.2019

Vivificando el pasado

El triunfo de Alberto Fernández reanima al radicalismo latinoamericano que se opone al capitalismo

Los partidos surgidos después de la Segunda Guerra Mundial sin dogmas ideológicos ni económicos, de contenido intercambiable, fueron bautizados en 1966 por el politólogo alemán Otto Kirchheimer como partidos “atrapalotodo”. La imprecisión les permitía trascender servidumbres de grupo y sumar el voto de tirios y troyanos. El invento había sido patentado en América Latina por el Partido Colorado de Uruguay en 1836, que abarcó sectores tan antagónicos como el liberalismo, el republicanismo, el krausismo, la socialdemocracia, el conservadurismo y el pragmatismo. Sírvase usted mismo.

La Unión Cívica Radical argentina también fue versátil entre 1916 y 1930, atravesó períodos de desorientación y rifirrafes, se escoró hacia la socialdemocracia y acabó coaligada con el conservador Macri, de quien ahora se distancia porque huele a muerto tras la resurrección de la hidra peronista en las primarias. El ideario del renacido es de cajón: ser peronista es amar la independencia nacional, sentir con el clamor del pueblo y exigir justicia social.

Los mandamientos de los deudos de Juan Domingo Perón podrían considerarse cebos populistas, pero no lo son del todo. El Estado benefactor, intervencionista y redistribuidor de ganancias pretendido por el pobrerío justicialista y aplicado por el general que simpatizó con el fascismo europeo, existe en Latinoamérica. Funciona mientras el maná de las exportaciones de soja, petróleo y materias primas financie el asistencialismo de Estado.

Las primeras políticas del peronismo enraizaron en los arrabales y cinturones industriales, pero cuando mermó el caudal de ingresos y continuaron el gasto público, el despilfarro y la corrupción, el endeudamiento y el populismo salieron al quite. Ocurre en un subcontinente muy dependiente del precio de sus recursos naturales, desde Durango a la Patagonia pasando por Barinas, donde los beneficiarios de Hugo Chávez aún le ofrendan en las urnas.

La adhesión al caudillo in memoriam se hereda cuando sus logros fueron históricos, memorables. Siendo Perón de izquierdas, de derechas y de centro, como el PRI en México, promulgó la ley que reconoció la igualdad de derechos políticos entre mujeres y hombres y el sufragio universal. Sus dos primeros Gobiernos consagraron la seguridad social y derechos fundamentales: el esqueleto de un Estado de bienestar vapuleado después por la ineptitud, la economía y correcciones equivocadas.

El triunfo de Alberto Fernández reanima al radicalismo latinoamericano que se opone al capitalismo, apela al pueblo oprimido por las oligarquías y el imperialista y fía el futuro a la transformadora alianza entre el Estado y los movimientos sociales. Pero esas élites de camarilla no hubieran depredado tanto sin las coartadas regaladas por un extremismo que diagnostica pero no sabe curar.

El peronismo, el priísmo o el aprismo navegan ahora entre la rigidez doctrinaria, el liberalismo y el Estado interventor. Sin estadistas, consensos, ni regalías fáciles, los ismos perdieron la brújula. La aguja de marear dejó de ser náutica en América Latina para señalar rumbos aturdidos y oscilantes.

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