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Opinión - 21.05.2019

Vaya cambio

En sólo uno, este país se ha saltado cinco siglos. Aunque no en todo

El hermano de don Pío, Ricardo Baroja, pertenecía al Cuerpo de Archiveros. A comienzos del siglo XX se presentó a oposiciones para servir en algún archivo de museo provincial, pero tuvo la mala suerte de que todos estaban “ocupados por recomendados de los que mangoneaban en el Ministerio” y fue destinado al archivo de Hacienda de Teruel. El viaje de Madrid a Teruel que cuenta en su desaparecido libro Gente del 98 es épico. Hasta Cuenca había ferrocarril. Allí toma la diligencia de Cañete, donde coincide con un maderero que lleva su mismo destino. Había que apearse en Salvacañete y luego atravesar la sierra a pie o en mula para llegar a Albarracín. Y de allí a Teruel. El viaje, ya de por sí gótico, se le complicó al pobre Baroja por culpa del maderero y sus trajines sexuales. El caso es que, para cruzar la sierra, Baroja hubo de alquilar una mula y un guía. El guía cae borracho en plena sierra y queda el viajero perdido, de noche, en la oscura nada. Montó la mula y siguió desesperado hasta que horas más tarde unas luces le orientaron y llegó a la posada de Narro, en Albarracín.

Podría haber seguido viaje a Teruel, pero, desfallecido, conoce en la posada a un acuarelista inglés cuyo nombre Baroja dice ser José Stratford Gibson y la historia de este tipo extravagante ocupa la segunda mitad del relato. Es todo tan absurdo que parece una novela de su hermano, pero resulta que figura, en Internet, un Joseph Stafford Gibson, acuarelista irlandés que, por la edad, fortuna y otros detalles, coincide con el personaje. Así que es muy posible que cuanto narra Baroja sobre su infernal viaje para ocupar la plaza de archivero en la Hacienda de Teruel sea enteramente verídico. En sólo uno, este país se ha saltado cinco siglos. Aunque no en todo.

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