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Opinión - 06.02.2019

Una temeridad de Moncloa

Si esto del relator no es nada, ¿tendríamos que creer que los independistas han aceptado negociar los presupuestos a cambio de nada?

La resistencia puede ser una virtud. Sin duda eso explica que el presidente haya escogido el título de Manual de resistencia para su primer volumen de memorias cuando aún está en el cargo. En definitiva se trata de la capacidad de enfrentar presiones, como él hizo tras ser defenestrado en Ferraz, aferrándose a su convicción del “no es no” hasta triunfar en las primarias. Pero la resistencia puede ser también invirtuosa, cuando se trata de resistencia a aceptar la realidad. O en clave psicoanalítica, acepción que incluye la propia Academia, no reconocer las verdaderas motivaciones. Moncloa puede empeñarse en ningunear la figura del ‘relator’, como si fuese un burócrata inocuo, pero se trata notoriamente de una coartada para tratar de sobrevivir en el poder aferrados a los presupuestos.

La vicepresidenta Calvo, autora de otras teorías delirantes como la dualidad del ciudadano Sánchez y el presidente Sánchez, considera que se está dando trascendencia a un hecho semántico irrelevante porque un relator solo es alguien que convoca la reunión y deja constancia del diálogo. En fin, tan asombrosa resulta la hipótesis de la ingenuidad como la hipótesis de la manipulación; pero el lenguaje nunca es inocente aunque la vicepresidenta se quiera apartar de la tradición aristotélica y ubicarse en los Mundos de Yuppi. Y además vaciar las palabras –el viejo Tayllerand ya intuyó que el lenguaje sirve eficazmente para ocultar el pensamiento– no vacía la realidad.

Es de una lógica elemental: si esto del relator no es nada, ¿tendríamos que creer que los independistas han aceptado negociar los presupuestos a cambio de nada?

Eso resulta inverosímil. Pero sobre todo resulta inverosímil cuando se está negociando con quienes han perseguido obsesivamente, a lo largo del procés, un mediador para generar el imaginario de la bilateralidad con un choque de legitimidades en su estrategia persistente, y además eficaz, de internacionalización del conflicto. Esto no se puede ignorar pretendiendo presentar el acuerdo del ‘relator’ como una nadería semántica. Eso es, por añadidura, irresponsable. Como anotaba Emmanuel Lévinas en Fuera del sujeto, las palabras definen el mundo “en relación con el otro”. Moncloa no puede pretender que ‘relator’ signifique lo que ellos quieran que signifique, porque el independentismo, que se ha caracterizado por manejar muy hábilmente el valor de lo simbólico, se apropiará de esta y le dará su sentido.

La realidad no se pliega a los deseos, ni siquiera a los deseos del poder. Aunque Moncloa decida ignorar oficialmente el documento de 21 puntos de Torra, ese documento está ahí y define a sus interlocutores. Y ahí pueden ver, negro sobre blanco, el maximalismo indepe: España está bajo una cultura franquista con actitudes fascistas impunes, de modo que necesita ser “desfranquizada”; habría que garantizar la independencia judicial y los derechos humanos, con lo que se asume que ahora mismo no es así; y por tanto se reclaman dejar atrás la vía judicial, y contar con mediadores para desarrollar su derecho de autodeterminación. ¿Y Moncloa realmente cree que esto no acabará en el relato del relator? Ese pecado de ingenuidad es imperdonable. En el ámbito internacional nadie entenderá que ‘relator’ es un secretario de actas, como defiende la señora Calvo en su argumentario volatinero, sino al modo de la ONU, como “experto independiente para examinar e informar sobre la situación de un tema específico de derechos humanos”. Ese es uno de los marcos que el secesionismo ha perseguido con más ahínco en un escenario de bilateralidad, y hoy parece más cerca que nunca de lograrlo por la desesperación presupuestaria de Moncloa.

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