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Opinión - 18.03.2019

Una pequeña cuestión que ha hecho correr ríos de sangre

Qué y cómo es España es un asunto que llevamos ya demasiado tiempo sin resolver

Señalaba el escritor Arturo Pérez-Reverte en una entrevista publicada en la sección de Cultura que los españoles “debemos ser conscientes de que podemos convertirnos en seres muy peligrosos”. Y apostillaba: “He visto lugares aparentemente civilizados irse en poco tiempo al diablo”.

Sobre el ser o no ser de los españoles han corrido ríos de tinta —y de sangre— en los últimos 200 años. Cada país, en el fondo, no es tan diferente a los demás, pero sí que tiene su historia particular. La de España, desde que Napoleón puso a sus muchachos en la Península, se asemeja a la de alguien que se ha perdido justo en el momento en que a su alrededor la mayoría se encontraba a sí misma. De modo que si el Estado moderno es un ser adulto, aquí es un adulto que sigue tratando de solucionar dilemas pendientes de la adolescencia.

Para empeorar las cosas, en todo el mundo avanza ahora poco a poco la peligrosísima idea de que el sistema democrático —que allí donde se ha aplicado ha impulsado y garantizado la prosperidad del Estado moderno— es algo obsoleto que ha llegado la hora de modificar. Para seguir con el ejemplo, mientras algunos por ahí —y por aquí— claman por la jubilación anticipada, los españoles seguimos discutiendo sobre si es mejor comprarse el crop top ya hecho o, tijeras mediante, fabricarlo en casa. (El autor reconoce que ha tenido que solicitar asesoramiento adolescente; Ni noción de lo que era un crop top).

Lo cierto es que, lejos de ser un asunto meramente teórico, qué y cómo es España y quiénes son los españoles —o qué y cómo no es y quiénes no lo son— sigue siendo la gran cuestión política que no acabamos de resolver y la que en muchas ocasiones decide el voto. En la vida hay problemas que el tiempo acaba por solucionar, pero con este ya llevamos un rato largo. Lo hemos heredado de nuestros bisabuelos y se lo vamos a pasar tal cual a nuestros bisnietos.

Deberíamos hablarlo tranquila y civilizadamente, pero puede que esto solo sea un desiderátum. Aquí no están tranquilos ni los muertos, y en cuestiones de civilización hace tiempo que prestamos oídos a quienes o bien desprecian el diálogo o prostituyen el término para esconder su propia ambición dominante. Naturalmente, podría ser peor e irse todo al diablo. Ya lo ha hecho cuatro veces en 200 años. Pero nada, sigamos pendientes del crop top.

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