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Opinión - 06.06.2019

Una herida incurable

Tiananmen es tabú. Apenas existe en la vida pública china

Tiananmen es tabú. Apenas existe en la vida pública china. Censura y olvido trabajan incansablemente para garantizar su desaparición. Pero la memoria de la matanza del 4 de junio de 1989 está bien viva, especialmente en Hong Kong y Taiwán, territorios para los que Deng Xiaoping imaginó su lema “un país, dos sistemas”, mucho antes de que el Ejército chino disparara sobre los estudiantes.

El tabú que obliga al silencio afecta a otro tabú que se rompió hace 30 años. El Ejército del pueblo no dispara al pueblo. Quien dio la orden fue el propio Deng, al frente de los destinos de China a sus 85 años, para preservar al menos dos cosas: el principio de autoridad, la suya, y el monopolio del Partido Comunista.

El tabú roto entonces es un clásico de los regímenes comunistas. Los bolcheviques lo rompieron muy pronto, en 1921, en la base naval de Kronstadt, cuando Trotski, al frente del Ejército Rojo, ordenó disparar sobre los amotinados y terminar con la revuelta. Berlín en 1953, Budapest en 1956 o Praga en 1968 prueban que los dirigentes comunistas no dudaban en romper el tabú cuando la libertad política reivindicada por los rebeldes ponía en peligro su poder.

Solo se conoce a un secretario general comunista que se negó a dar la orden, Mijail Gorbachov. Terminó con el sistema, antes de que el sistema terminara con él, justo cuando sus camaradas chinos tomaron el camino contrario. China tuvo también su Gorbachov, pero perdió la partida. Zhao Ziyang, el secretario general del Partido Comunista de China en mayo de 1989, cayó en desgracia y sufrió arresto domiciliario hasta su muerte, tras oponerse a la orden de disparar en Tiananmen frente al primer ministro Li Peng y al todopoderoso Deng.

El Ejército fue la clave. El anciano Deng había abandonado todos sus cargos, pero conservaba uno y crucial, el de presidente de la Comisión Militar del Partido. Mao ya dijo que el poder nace en la boca del fusil. El ministro de Defensa chino, Wei Fenghe, rompió el pasado sábado el tabú del silencio, en una reunión internacional en Singapur, en la que defendió la represión de Tiananmen de hace 30 años y esgrimió los conocidos argumentos sobre el enemigo exterior que quiere dividir a los chinos.

Los caminos de China y de Rusia se bifurcaron en 1989, pero ahora se encuentran de nuevo en una similar combinación de capitalismo y autoritarismo a la que han llegado por caminos bien distintos. En la nueva atmósfera autoritaria, el modelo chino ya no aparece como la combinación de lo peor sino de lo mejor de los dos sistemas, los beneficios del mercado con la eficacia de un poder que decide al margen de la democracia y de las libertades públicas. Gorbachov está mal visto ahora en la Rusia de Putin por las mismas razones que condujeron a Zhao Ziyang, el Gorbachov chino, a la reclusión hasta su muerte. La memoria de Tiananmen es una herida que solo la democracia podrá curar algún día.

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