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Opinión - 24.03.2019

Un país al que se le está olvidando cómo hablar

Entre los que no sabemos hablar y los que hablan sin decir nada, nos estamos quedando sin palabras

Aseguraba el titular de una información aparecida en la sección de Sociedad del pasado viernes que “España aprende a hablar en público”. Relataba el texto la celebración en Madrid del torneo internacional de oratoria de Harvard y explicaba cómo las nuevas generaciones de españoles han ganado confianza en hablar en público. Una sorpresa; la gran potencia de estos concursos es Venezuela, lo cual puede explicar por qué en aquel hermoso país no han llegado todavía a las manos viviendo una situación que en cualquier otro lugar habría hecho saltar todo por los aires hace tiempo. Y un enigma: cómo es posible que argentinos e italianos no se repartan la supremacía dialéctica mundial. Tal vez les suceda como antaño a los jugadores de la NBA, a quienes no dejaban participar en los Juegos Olímpicos. O quizás resulta que se enzarzan en interminables discusiones entre ellos y no hay forma de enviar representantes.

En cualquier caso es importante saber hablar en público, pero primero hay que saber hablar. Sí, es una perogrullada, pero vivimos tiempos revueltos en los que resulta necesario decir y explicar lo obvio. Y es evidente que los hispanohablantes ibéricos hemos perdido capacidad expresiva de forma brutal en las últimas décadas. Y no, no vale con asegurar que somos parcos. Lo que pasa es que no sabemos encontrar las palabras para expresar lo que tenemos en la cabeza. Basta escuchar a los testigos de un suceso —por ejemplo, una explosión de gas— en un noticiero español y en otro de cualquier país de Latinoamérica. La diferencia es oceánica. Aquí cada vez nos refugiamos más en el “ha sido impresionante” —“impresionante” por no escribir lo que de verdad se dice— y en la onomatopeya.

Siempre podemos echarle la culpa de este empobrecimiento a los jóvenes, que están a mano y no protestan, pero lo cierto es que todos nos hemos aplicado durante años a una concienzuda tarea de demolición del habla. Claro que luego están los que hablan mucho y no dicen nada, tal y como estamos a punto de comprobar en las consecutivas campañas electorales que se ciernen sobre nosotros.

Lo curioso es que uno de los mayores oradores de toda la historia fue un señor nacido en Calahorra y cuyos consejos para hablar en público fueron un best seller durante siglos. A Marco Fabio Quintiliano no se le habría resistido ningún concurso.

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