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Opinión - 28.11.2019

Un Gobierno contra el miedo

No el que embarga a ciertos empresarios o líderes de las filas más conservadoras, sino el que invade al conjunto de las sociedades europeas y subyace en buena parte de los seguidores de las nuevas extremas derechas

El principal cometido del nuevo Gobierno, el que sea y cuando sea, consistirá en librar una batalla contra el miedo. No el que embarga a ciertos empresarios o líderes de las filas más conservadoras, sino el que invade al conjunto de las sociedades europeas y subyace en buena parte de los seguidores de las nuevas extremas derechas.

Una de las herencias que nos ha dejado la Gran Recesión de 2008 ha sido un incremento de las desigualdades, como no se cansan de demostrar estudios e informes académicos y de los organismos internacionales. Esto, además de lastrar y devaluar la democracia, ha creado una sensación de vulnerabilidad en buena parte de la población, consciente de que sus actuales estándares de confort y seguridad pueden esfumarse súbitamente. Por si esto fuera poco, existe una percepción cada vez más arraigada de que la desigualdad, lejos de reducirse, sigue ampliándose anclada en profundas injusticias. Noticias como que el 78% del rescate bancario no se recuperará jamás, o que 27 multinacionales españolas apenas pagan impuestos pese a tener 25.325 millones de beneficios, consolidan esa percepción. Y ello ocurre en un contexto donde lo público se bate en retirada. Adiós a su manto protector.

Mientras, la revolución tecnológica cambia nuestras vidas en todos los aspectos, con repercusiones en el ámbito del trabajo que pueden suponer una excelente oportunidad de mejora de la calidad de vida, la creatividad y la innovación para una parte de la población; pero que también son ya una amenaza para quienes se sienten más vulnerables, inseguros y temerosos de no poder adaptarse al cambio.

Al tiempo, la idea de imprevisibilidad, incertidumbre e inseguridad se extiende hasta el mismo clima, del que depende nuestra vida. Los científicos advierten que las consecuencias del calentamiento ya se dejan notar en pérdidas económicas, catástrofes y desplazamientos de población, y en una reconfiguración geopolítica que, nuevamente, afectará más a los que peor lo tienen, tanto en el ámbito global como dentro de las fronteras de los países desarrollados. La crisis climática multiplica las desigualdades y problemas previos acelerando el miedo y las tensiones sociales.

Más allá de las cuitas nacionales, y sin restarles la importancia debida, se constata cómo estos y otros factores similares crean sociedades acobardadas, frágiles e inestables. Tal situación provoca la adhesión a discursos y líderes duros, firmes, monolíticos, que generan sensación de protección y seguridad, aunque sea a costa de enterrar los más mínimos valores de convivencia democrática.

El próximo Gobierno, cuando sea y como finalmente sea, tiene aquí su máximo desafío: ser capaz de poner en marcha políticas públicas protectoras y cuidadoras que devuelvan a la sociedad española la estabilidad, seguridad y confianza necesarias para defender la democracia. En definitiva, recuperar la idea de progreso que la Gran Recesión truncó, con unos efectos de los que aún no somos del todo conscientes.

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