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Opinión - 26.11.2019

Todo está ‘okupado’

Los consensos se han roto, las leyes se conculcan y las cosas son del primer listillo que las okupe

Es la era de los okupas. Intentas cruzar la frontera (y desde luego que te sobran los motivos), pero no puedes, porque una masa de adolescentes encapuchados y embozados y convencidos de que están haciendo historia okupan la autopista y no te dejan circular. Si estabas escapando de la policía, o de tu pareja, o ibas a encontrarte con tu amante, si ibas o venías, da igual: es mejor que no te pongas nervioso, que permanezcas sentado al volante con el coche parado todo el tiempo que haga falta, aprovecha para hacer unas llamadas con el móvil, reza por que rompa a llover, a ver si así se van esos chicos a los que te encantaría arrollar con el coche; o bien relájate y disfruta del concierto solidario que está celebrándose en medio de la calzada, los Txarango, Lluís Llach, no sé a qué espera a venir también algún triunfito. Que vengan Los Manolos y que canten Amigos para siempre. Que venga Rosa de España o Rosalía o Shakira o la que ahora esté de moda.

Cuando los chicos revoltosos se cansan de jugar a las barricadas, o les llega la hora de merendar y se van un ratito, atraídos por la llamada irresistible del pan con nocilla, por fin puedes pasar y llegar a la ciudad; pero entonces intenta aparcar el coche: están todas las plazas okupadas, incluidas el área azul y el área verde, y en los parkings de la plaza de Cataluña y plaza de la Universidad no lo intentes, porque la zona está okupada por unos campamentos de tiendas de campaña de la casa Quechua, de Decathlon, entre las que pasea el presidente de la Generalitat, su mujer, su hija, sus primas, la mitad de su Gobierno y el loco avestruz, repartiendo ánimos a los okupantes y echando unas monedas en la caja de resistencia. “Apreteu, apreteu, feu bé d’apretar!”.

Es la era de los okupas. Vas a casa, metes la llave en la cerradura… ¡Ayvá, alguien la ha cambiado! No puedes entrar porque tu piso lo ha okupado una familia con niños, muy necesitados —los críos, por cierto, son monísimos y no tienen culpa de nada—, que se amparan en un resquicio de la ley y en un contrato que les ha firmado un mafioso. Entiéndelo, es lo que hay. Has estado demasiado tiempo fuera para los estándares convencionales y alguien se ha fijado en tu piso vacío, y… lo ha okupado.

Ganas te dan de okupar también tú algo. ¿No encuentras empleo? Claro: ¡si es que están todos los puestos okupados! Circula, no te sientes ahí: ese espacio es de propiedad privada, todo el espacio del mundo está okupado. El mundo entero. Antes, las guerras y las plagas despejaban radicalmente el escenario, el mundo empezaba de nuevo para cada generación, pero ahora… todo está okupado.

Estás a la intemperie. Llama a tus amigos, a lo mejor alguno podría ayudarte, dejarte okupar el dormitorio de invitados. Pero qué clase de amigos son si su teléfono está siempre “okupado o fuera de servicio en este momento”. Yo creo que la amistad, igual que otros artilugios como el pudor, por ejemplo, o la honra, o la solidaridad de clase, estaban muy bien, pero ya han pasado a la historia. No se corresponden con este momento histórico de desarrollo.

La sede del Gobierno y los altos cargos de la Administración, la alcaldía, las cátedras de las universidades, las orlas de las sucesivas promociones, los púlpitos y los confesionarios de las iglesias, las tribunas de la prensa… dan la impresión de estar okupados por unos impostores sin mérito ni fe ni compromiso, pero bien conectados en una red de intereses tejida por alguien, quién sabe quién, Andreotti, o Putin, o algún príncipe de las tinieblas con el propósito secreto de llevar a la sociedad al cretinismo y el colapso.

Los turistas okupan las calles, andan desnudos por esa plaza que considerabas como tuya, de tan secretamente que la querías, de tantos recuerdos que albergaba, a la sombra de la acacia, junto a la fuente… ¡Okupada!

Donde vivían tus vecinos —el casero los expulsó, para realquilar o reokupar su piso de forma más rentable— hay ahora sucesivas jaurías de chicos anglosajones que se emborrachan, berrean memeces de madrugada, molestan a todo el mundo y luego se van. De inmediato llega otra jauría. Todo está okupado.

Los consensos se han roto, los contratos, cancelado; las leyes se conculcan, los locos dirigen el manicomio y los analfabetos la academia. Leopoldo Panero júnior ha resucitado y ha logrado, no se sabe cómo, que le nombren Miss Universo. En su discurso de aceptación ha dicho que su mayor deseo es “la paz del mundo y que nadie pase hambre”.

Ahora las cosas son del primer listillo que las okupe, y el que venga detrás que arree. Ni siquiera tus zapatos son tuyos de verdad: solo los okupas.

Dice el hombre del tiempo que eso que se acerca y que parece una borrasca es una gran masa de usurpadores. ¿Es que no hay aquí un responsable? ¿No hay un maldito dios que pueda salvarnos? Cualquier dios, aunque sea de segunda mano.

¡Sí, sí lo hay, precisamente esa puerta que ves es la de su despacho! Sí, la del rótulo que dice “Dios Todopoderoso”. Entras sin llamar, desesperado, gritando: “¡Dios mío, tienes que ayudarme!”. Y él, desde detrás del escritorio, te responde con impaciencia que no molestes: “¡Estoy muy okupado!”.

Ignacio Vidal-Foch es escritor.

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