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Opinión - 18.10.2019

Siria, un regalo llave en mano

Ahora, Erdogan tiene enfrente un nuevo jugador en el tablero. Su operación dentro de Siria no podrá ser tan amplia como deseaba

Oriente Próximo es un rompecabezas de piezas mal encajadas. Si se mueve una, como sucedió en Irak en 2003, se corre el riesgo de desbaratarlo todo. Es una región rica en petróleo y gas en la que se libran varias guerras simultáneas, no siempre visibles, en las que los odios y las alianzas son cambiantes. Pese al ruido ambiental, domina el espíritu del zoco, en el que Donald Trump, un promotor inmobiliario ascendido a presidente de Estados Unidos, se mueve como pez en el agua.

Además de una traición a las milicias kurdas que lucharon contra el ISIS en Siria, apoyadas por la aviación estadounidense, lo que se ha producido es un traspaso de poder pactado entre Washington y Moscú. Las bases que dejaron los estadounidenses fueron ocupadas por los rusos. Fue un regalo llave en mano porque no destruyeron nada, algo insólito en estos casos. Los kurdos sirios tuvieron que trenzar una alianza exprés con un nuevo protector. Allí estaban Vladímir Putin y su protegido Bachar el Asad para socorrerles tras el avance de las tropas turcas, que acaban de cruzar la frontera, una operación que contaba con el visto bueno de Trump.

Con este giro narrativo, Damasco ha recuperado, sin disparar una bala, el 35% de su territorio que estaba en manos de los kurdos, que sin una aviación amiga no tenían nada que hacer frente a las tropas de Ankara. También logra el control de los pozos de petróleo. Los kurdos se quedan sin autonomía, pero podrán mantener las armas dentro de sus ciudades. Moscú será el garante del pacto.

Se habla mucho de un eventual retorno del ISIS. El miedo es parte de la propaganda. Se derrotó al califato pero no al grupo que sigue vivo y durmiente entre la población. Ya pasó en Irak y regresaron más fuertes. El problema inmediato es de Europa: qué hacer con sus combatientes extranjeros detenidos por los kurdos.

Trump tiene lo que quería: la medalla del hombre que mató al ISIS. Así se quita un problema en un país en el que tenía una presencia marginal. A las dudas de su antecesor en el cargo, Barack Obama, unió las suyas, lo mismo que la Unión Europea. Nunca supieron quiénes eran los suyos, qué bando representaba sus intereses.

Rusia lo ha tenido claro desde el principio. Moscú apostó por El Asad, al que ha ayudado a ganar la guerra. Estaban en juego viejas alianzas y la base naval de Tartús, clave para la flota rusa. Putin no cambia de amigos a mitad del partido; es fiable, sigue con el socio elegido hasta el final. Ahora, Recep Tayyip Erdogan tiene enfrente a un nuevo jugador en el tablero. Su operación dentro de Siria no podrá ser tan amplia como deseaba. Otro ganador de este desenlace es Irán, que tampoco cambia de aliados. El Asad es alauí, una secta chií, igual que los hutíes de Yemen. La siguiente parada: Arabia Saudí.

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