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Opinión - 03.04.2020

Seamos ‘unorthodox’

El confinamiento necesario no puede llevarnos a aceptar todos los confinamientos: ¿cuántas capas de encierros podemos soportar?

En ocasiones nos aislamos para huir de una agresión externa y protegernos, pero lo hacemos hasta tal extremo que luego necesitamos romper ese aislamiento para huir de una agresión interna. Es la lección clamorosa de Unorthodox, una miniserie espléndida que narra la escapada de una joven de la comunidad jasídica de Nueva York atrapada en un matrimonio concertado, en la imposición de la ignorancia y de una práctica reproductiva de dominación, por no decir sexo.

Es tal el arcaísmo y el alejamiento del mundo real que el marido abandonado, ante la primera ocasión de asomarse a un móvil con datos y tras haber oído por ahí que le puedes preguntar de todo, le espeta: “¿Dónde está Esty?”

Pero no hay Alexias ni Siris que puedan responder tamaña cuestión y empieza así una persecución cargada de violencia soterrada y juego sucio que van a trasladar a Berlín. No contaremos más, tendrán tiempo de sobra para disfrutarla en Netflix.

Y por qué ahora nos sirve esta serie no es solo por matar el tiempo de confinamiento, sino para repensar las capas de encierros que afrontamos cada uno sin estado de alarma, los territorios en que cada uno somos ortodoxos al calor de una comunidad que espera tal comportamiento de nosotros a cambio de una idea de pertenencia. La idea entonces de ser “unorthodox”, una “desortodoxia” inexistente en español pero más interesante que “heterodoxo, nada o poco ortodoxo» (las traducciones que ofrece el diccionario Collins) es suculenta. Acaso no es preciso romper con el dogma, la secta, la idea fija, la religión. Sino no permitir que te aplaste.

Aunque la serie parte de la autobiografía de Deborah Feldman, no traducida en España, tiene enorme similitud con Las hijas de Zalman, de Anouk Markovits, que Salamandra publicó en 2014, un gran testimonio de cómo esa misma comunidad judía se replegó y se envolvió en sus tradiciones más agarrotadas para protegerse. En su huida de los pogromos y el nazismo se encerraron tanto que se volvieron su nuevo y propio opresor.

¿Cuántos dogmas abrazamos sin flexibilidad? ¿Cuántas capas de encierros estamos dispuestos a soportar? ¿Cuántos refugios frente al miedo se vuelven temibles cuando nos pretendían proteger? Son preguntas que nos pueden acompañar en estos días en que no por aceptar el confinamiento necesario debemos aceptar otros confinamientos. Las mujeres malayas a las que el Gobierno conminó a maquillarse, ser serviles y amables y no provocar discusiones con sus maridos lograron liberarse de esa orden, por ejemplo, aunque seguramente no de sus maridos. En Europa, la pandemia no nos ha liberado de la insolidaridad, convertida en el dogma de la no mutualización de la deuda. En España, la dureza del confinamiento tampoco nos ha liberado del sectarismo y la trinchera, por ejemplo, el refugio común de la ignorancia. Es buen planteamiento para estos días sin escapatoria: ¿qué ortodoxias deberíamos mandar a mirar? Interesante noción: seamos todos unorthodox.

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