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Opinión - 09.01.2019

Se acabaron los secretos

Cualquier cosa escrita en un correo electrónico o en un WhatsApp puede convertirse en pública

El secreto de las comunicaciones fue el resultado de una larga lucha. Los tiranos siempre han tratado de poner sus zarpas sobre lo que piensan sus súbditos y mucho más sobre lo que escriben. Cuando con la modernidad, en los siglos XVI y XVII, el correo comenzó a convertirse en un medio de comunicación cada vez más accesible, las monarquías absolutas trataron de controlar todo lo que circulaba por ahí. Y tenían razón en temer ese libre y discreto intercambio de ideas, porque la Ilustración hubiese sido imposible sin él.

Cuando se descubrió el escándalo de la interceptación masiva de las comunicaciones por parte de Estados Unidos, el historiador de la criptografía, David Kahn, explicó que las primeras regulaciones del secreto postal se introdujeron en Austria en 1532 y 1573 y en Prusia en 1685. Los sátrapas, naturalmente, se resistían como Oliver Cromwell, que consideraba que abrir las cartas ajenas era la mejor manera de descubrir “malvados complots”. Durante el siglo XX, los adolescentes se ganaron el derecho a hablar en privado, mientras que el secreto postal pasaba a convertirse en un derecho humano. El artículo 12 de la Declaración Universal reza: “Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su domicilio o su correspondencia”. Pero todo eso forma parte del pasado.

Por una preocupante mezcla de estulticia y tecnología, casi 500 años de privacidad en las comunicaciones han pasado a la historia. Estupidez porque millones de usuarios hemos entregado, con entusiasmo, nuestros datos privados a las redes sociales y otros gigantes de Internet que se han ocupado de procesarlos, distribuirlos y venderlos. Y aquello que no regalamos, se encuentra a merced de los piratas.

El hackeo masivo que padeció Alemania hace unos días, que alcanzó a la mismísima canciller Angela Merkel, es el último ejemplo de un mundo en el que el secreto postal se ha esfumado. Tras cientos de años dedicados a lacrar y a sellar cartas con los métodos más ingeniosos y seguros posibles, tenemos que aprender a convivir con la certeza de que cualquier cosa que pongamos en un mensaje, da igual que sea un correo electrónico o un WhatsApp, o que pensamos que está a buen recaudo en la nube digital —donde se guardan nuestras fotos o nuestros textos—, puede convertirse en público. Es el sueño de cualquier tirano y se lo hemos entregado gratis.

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