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Opinión - 09.07.2019

Sánchez e Iglesias, hacia el precipicio

PSOE y Unidas Podemos no negocian, sino que tratan de doblar la muñeca en el pulso a su socio preferente

Penúltimo episodio a dos martes de la investidura, y de momento PSOE y Unidas Podemos están lejos de casarse o embarcarse en un proyecto de coalición o de cooperación. El pulso se prolonga, y con más tensión previsible a medida que se agota el tiempo. No es raro que en este escenario se use recurrentemente la referencia del chicken game por su fuerza gráfica: el ‘juego del gallina’, como en Rebelde sin causa, consistía en dos coches que aceleraban hacia el precipicio retándose a ser el último en frenar. Se da por hecho que Sánchez no va a frenar puesto que el precipicio lleva a la repetición electoral que él no teme, e incluso ha descartado una segunda oportunidad en septiembre, asumiendo que esto hará que Iglesias se arrugue al final.

En Unidas Podemos parecen tener clara su estrategia, y se sitúa en lo que se conoce como ‘equilibrio de Nash’: todas las partes han adoptado ya su mejor opción conociendo las estrategias de todos. El PP, dar una imagen institucional mientras se centra en fortalecer su poder regional; Cs, para no perder su posición, se amarra al palo del no es no aunque oiga cantos de sirena; el PSOE quiere gobernar en solitario con un socio preferente pero manos libres en la geometría variable; y Podemos quiere entrar en el Gabinete y tener poder real. Iglesias no va a ceder fácilmente a Sánchez, por más que el chicken game sea una expresión gráfica de la teoría de los juegos sobre un método de negociación: no hacer concesiones mientras haya margen, de modo que al final tenga que reaccionar la parte más débil. Eso es algo que puede no ocurrir. De hecho, Iglesias se ha mostrado persuadido al terminar la reunión de que será al revés: «Más tarde o más temprano rectificarán». Sigue la carrera hacia el precipicio.

El PSOE está usando la posición dominante que le proporcionaron las urnas, y la ventaja de la Moncloa. Sánchez, con el añadido de su agenda internacional, usa el marco de que no hay más presidente que él. Y de momento su estrategia pasa, ante todo, por repartir culpas ante la hipótesis del fracaso de la investidura: Ciudadanos, por no abstenerse; y Podemos, por no plegarse. Claro que el paso del tiempo va haciendo cada vez más evidente que Sánchez no quiere una negociación sino una imposición. Por eso ayer su Ejecutiva aprobó por unanimidad que Sánchez forme un Gobierno monocolor; algo que, con 123 escaños, es como si la Ejecutiva aprobase que la tierra es plana. No sirve para nada. Con 123 escaños hay demasiadas limitaciones; en cambio, con UP suma 165 y esa sí es una mayoría solvente. Despreciar el 25% de esa mayoría es peligroso, como insiste en hacer el PSOE –Adriana Lastra de nuevo con el argumento de los nombres– probablemente convencidos de que Iglesias sí que frenará antes que volver a las urnas.

Desde luego las diferencias entre PSOE y Podemos no son el alquiler, la factura de la luz, la reforma laboral y ni siquiera Cataluña. Es más, Iglesias ha comprometido lealtad. En realidad, el PSOE hizo llegar sus propuestas a los medios antes que a UP, porque en definitiva no negocian sino que tratan de doblar la muñeca en el pulso a su socio preferente. Paradójicamente es la clase de estrategia que ellos reprochaban a Podemos en 2016. La cosa se reduce a un punto: Sánchez quiere un Gobierno en solitario, y por la vía de las lentejas: o lo tomas o lo dejas. E Iglesias, al menos de momento, no cede. Es un duelo hacia el abismo de la repetición electoral y cada vez con menos margen para frenar.

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