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Opinión - 22.03.2020

Riesgo y protección

Es preciso repensar un modelo que ha dejado que la lógica de mercado defina lo que es beneficioso

Se ha utilizado el texto, conciso y sugerente, de Augusto Monterroso de muchas maneras. “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Ciertamente, el dinosaurio del riesgo seguirá presente en nuestras vidas. Es algo inherente a la condición humana y este inicio de siglo nos lo recuerda constantemente. Vamos incorporando capas de inquietud y desasosiego. Desigualdades intolerables, tecnología invasiva y al mismo tiempo imprescindible, oleadas de población que buscan salida a la falta total de esperanza, límites ambientales claramente superados y ahora una pandemia que muestra de manera evidente las costuras de una globalización con graves déficits de gobernanza.

Llevamos años oyendo que el riesgo estaba en la intervención de los poderes públicos que, al querer afrontar los desajustes del mercado e incrementar la protección, lo que provocaba eran mayores contratiempos. Ahora, en cambio, lo que vemos es lo importantes que son las políticas públicas para afrontar situaciones en que lo que está en juego es la vida. Y en ese escenario el protagonismo de una economía mercantil que hemos naturalizado muestra todas sus flaquezas. La depresión de 2008 fue abordada con medidas financieras que trataron de reducir los daños que la obsesión desreguladora propició, y ahora podemos estar en las mismas, dominados como estamos por la ortodoxia financiera y la aversión radical al déficit. Estamos mucho más pendientes de lo que dice el Banco Central Europeo que de reclamar una política de salud pública realmente europea, que marque medidas solidarias y de acción conjunta. No hay salida a los retos vitales que plantea la Covid-19 desde una estricta lógica de costes.

Los Estados han reaparecido como garantes de un umbral básico de protección generalizada. Como referentes de un “nosotros” que resulta imprescindible cuando se alude a un riesgo compartido. Europa no constituye ese techo común. Pero la Comisión Europea no puede refugiarse en que no tiene competencias ni dispone de políticas propias en materia de salud. De la mano del control monetario y financiero, ha intervenido enormemente en las políticas públicas de cada país miembro. Recordemos la presión ejercida para reducir presupuestos públicos en educación, salud o servicios sociales. Ahora echamos en falta camas que tuvieron que suprimirse en aras de la disciplina presupuestaria. Decía hace poco la canciller alemana Merkel que lo importante ahora era combatir la epidemia, y que ya llegaría la hora de mirar el déficit. Necesitamos una mirada larga que recupere el sentido de protección cuando ahora nos enfrentamos a riesgos mortales. O Europa es capaz de asumir esa labor, que le dé sentido social a su existencia, o acabará siendo residual en un evidente rearme nacional securitario.

Ni es una crisis sanitaria habitual ni sus secuelas lo serán. La combinación cambio tecnológico-riesgo global y sus diversos componentes obliga a repensar estructuralmente un modelo que ha dejado que la lógica del mercado adquiriera vida propia y acabe definiendo lo que es beneficioso o perjudicial general e indiscriminadamente. Lo hemos visto estos días con el trasiego de mascarillas y aparatos de ventilación por toda Europa. ¿Para cuándo una normativa europea que revoque los derechos de propiedad intelectual de instrumentos básicos de defensa de la vida? ¿Es la lógica del mercado la que debe guiar una investigación médica que resulta imposible sin la inversión pública en ciencia básica? ¿No debería ser abierta y genérica la vacuna de la Covid-19? ¿Condicionaremos las ayudas de recuperación económica a que se cumplan objetivos públicos inaplazables?

Si no queremos caer en la fascinación del autoritarismo con visos de eficiencia, hemos de poner en valor la importancia de que lo público institucional y lo público comunitario establezcan lazos que permitan actuaciones conjuntas en casos como la Covid-19. Incorporando esa dimensión de cuidados, de defensa de la vida, que nos interpela por todas partes y que tiene un fundamento femenino indudable. Espacios y políticas que nos protejan, pero no de forma patriarcal y jerárquica. Recuperar los lazos con el planeta, proteger a los más vulnerables, pero desde el reconocimiento de sus derechos, desde lógicas de cercanía y de mediación en la aplicación estrictamente administrativa de medidas que afectan la dignidad de personas y colectivos. La combinación de una Europa socialmente más activa, con mayor presupuesto para asegurar protección, y una red de instituciones y colectivos que aprovechen la proximidad para fortalecer lazos y vínculos, pueden permitirnos encarar riesgos cada vez mayores que, en sus múltiples caras, siguen estando ahí al despertar.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Barcelona.

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