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Opinión - 04.12.2019

Prótesis

No recuerdo una obra de ficción que aborde con tal atrevida verdad y tan rica metáfora la eterna controversia de la lucha de clases

El hombre, escribió Freud mostrando dotes proféticas, se ha convertido en un dios con prótesis, y su estampa es magnífica cuando va armado de todos sus artefactos auxiliares, que no le garantizan sin embargo la felicidad. El futuro traerá, sigue el Freud adivino de 1930, “nuevos y quizá inconcebibles progresos en este terreno de la civilización, exaltando aún más la deificación del hombre” (El malestar en la cultura). El avance tecnológico que nos hace dioses omnipotentes, seres ubicuos y rápidos aunque esclavos de lo inmediato, está reflejado de manera tan inteligente como hilarante en la triunfal película surcoreana Parásitos, que sigue en cartel. Arranca con un pánico provocado en la familia pobre del filme por la falta de wifi en el sótano donde malviven; dos horas después, los ricos endiosados pero amables son víctimas de un brutal desenlace que no hay que contar, y entre medias, tratados en clave de alta comedia de humor negro, muchos “temas de nuestro tiempo”: las dulzuras de la conectividad total, el drama de la falta de cobertura, la tragedia de los refugiados hambrientos, el juguete de las aplicaciones fáciles, el fraude de los currículos falsificados, la usurpación o la estafa de la vivienda, la desigualdad provocada. ¿Cine social? No recuerdo una obra de ficción que aborde con tal atrevida verdad y tan rica metáfora la eterna controversia de la lucha de clases, y pocas veces me he reído como en la secuencia, en coreano subtitulado, en que la familia rica descubre que la clase obrera huele distinto. “Olor a trapo fregado”.

El director Bong Joon-ho consuma su corrosivo esperpento a una velocidad casi igual de trepidante que nuestro mundo. Ah, y para que no falte ningún indicio de su rabiosa contemporaneidad, un diluvio lo arrasa todo. Gota fría, o quizá, en un falso happy end, el arca de Noé sin clases.

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