Home Opinión ‘Pornovenganza’ y política
Opinión - 23.02.2020

‘Pornovenganza’ y política

Griveaux está padeciendo, tras la difusión de un vídeo sexual, las consecuencias de su propia moral

La primera víctima de lo que tiene todo el aspecto de ser un acto de pornovenganza—la difusión no autorizada de vídeos sexuales—, Benjamin Griveaux, ha retirado su candidatura a la alcaldía de París. Macronista desde los primeros tiempos, Griveaux, había dimitido de su puesto de portavoz del Gobierno para dedicarse a su campaña electoral. Arrebatar la capital a socialista Anne Hidalgo a dos años de las presidenciales, sería un júbilo. Impopular, discutido en su propio partido, hundido en las encuestas, pese a todo, aguantaba. Hasta que la difusión de un vídeo de carácter sexual pudo más que su determinación.

No se le reprocha ningún delito. Alexandra de Taddeo, la mujer destinataria del vídeo que se atribuye a Griveaux, asegura que consintió en que se lo enviara. Es decir, el candidato ha renunciado a pesar de que, legalmente, es inocente. Una ironía, en una Francia en la que los políticos se aferran a sus cargos aun cuando están condenados por delitos financieros o investigados por agresiones sexuales. La batalla por la alcaldía de la capital hace furor, pero Griveaux no se ha retirado bajo ninguna avalancha de críticas. Al contrario, la clase política ha condenado de forma unánime el ataque del que ha sido víctima. Claro que todos ellos tienen miedo de acabar igual, en Francia y en otro países. La pornovenganza podría ponerse de moda y abrirse hueco en la variedad de actos violentos (intimidaciones, insultos, amenazas de muerte, destrozos en oficinas de campaña, etcétera) que sufren los políticos, cada vez con más frecuencia. Con razón. Y ese es el problema.

Algunos comentaristas políticos han lanzado sus pullas a propósito de la ingenuidad, la estupidez e incluso la imprudencia de Griveaux al enviar una foto de su pene en el contexto de una relación adúltera. Y no se sabe bien si lo malo es el adulterio, la foto que lo materializa o las dos cosas. Tras los comentarios y reflexiones, a veces poco oportunos, sobre la protección de la vida privada en tiempos de las redes sociales y el deep fake, existe una concepción de cómo debe ser la sexualidad de un político. Heterosexual, conyugal y, sobre todo, si infringe estas normas, que lo haga a escondidas. Pero este es un argumento peligroso: quienes destacan la imprudencia de Griveaux son precisamente quienes le han hecho caer en las redes de Piotr Pavlenski, el responsable de haber subido el vídeo a la red en su página web, con el supuesto objetivo de denunciar la hipocresía de un hombre que había convertido sus valores familiares en un argumento de campaña.

Independientemente de lo que cada uno piense sobre el fondo de la cuestión, es tarde para devolver la vida privada de los políticos a su escondite. Ellos la hacen pública, la exponen, la transforman en argumento de campaña. Porque, si su vida privada no fuera —como afirman las feministas— política, se escaparían injustamente a los movimientos de “libertad de expresión” sobre la violencia sexual y conyugal. Porque, en realidad, la ley ya protege hechos considerados más allá de lo aceptable. El problema no es ese.

Lo que está padeciendo Griveaux, y esto es más delicado de oír, son las consecuencias de su propia moral. Él, que pensaba mostrarse como un candidato responsable, buen marido y padre, ha acabado sumándose al escenario al que han recurrido sus agresores para perjudicarle —el de la vida privada—, ha validado el registro en el que se han situado —el de la moral— y ha asumido el papel que le han asignado: el de un embustero que no merece ser elegido.

Para evitar todo eso y proteger a su familia, Griveaux habría necesitado ser capaz de convertir la revelación forzosa que debía afrontar en un gesto político y asumir el mensaje enviado si es que él era el autor; incluso quizá aprovechar su condición (hombre blanco heterosexual de clase acomodada) para erigirse en portavoz de las víctimas de la pornovenganza. Habría hecho lo que se supone que debe hacer un político: forzar los límites en la sociedad. Habría contribuido a dibujar los contornos de una protección eficaz de la vida privada, que estuviera a la altura de la personalización y la repercusión mediática de la vida de los políticos, así como de los abusos derivados de las técnicas asociadas —a veces, también para bien— a la transformación de las normas sexuales. Pero Griveaux ha abierto la puerta a los que deseen atacar a otras víctimas y se ha arriesgado a dar la razón a quienes piensan que el “nuevo mundo” del presidente Macron tiene todos los elementos del viejo, que es un mundo lleno de embusteros sometidos a unos poderes oscuros y que intentan hacer creer que son el futuro cuando, en realidad, representan un paso atrás con respecto al presente.

Vanessa Jérome es doctora asociada en el Centro Europeo de Sociología y Ciencias Políticas (CESSP), Paris 1 Panthéon-Sorbonne.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Check Also

Una narrativa visual para rastrear al virus

Los lectores se interesan más por las cifras y los gráficos porque les explican mejor la p…