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Opinión - 11.08.2019

Porciones

Enseñar y aprender a comer en la cantidad que nuestro cuerpo realmente necesita podría ser una buena base sobre la que educar en el respeto a uno mismo, a los demás, al planeta

Una de las cosas que uno descubre en vacaciones, si tiene oportunidad de viajar, es lo relativo del tamaño de las porciones de comida que se sirven en restaurantes y hogares. Es conocido el impacto que causa en los que visitan Norteamérica por primera vez la vista de unas porciones que parecen destinadas a no ser terminadas por el comensal, incluso cuando no son super size. O, por razones opuestas, la frustración que pueden sentir aquellos que acuden a una brasserie parisina por primera vez cuando llega, prácticamente despejado, el plato que pidieron. En general, en el mundo occidental, las porciones han ido creciendo a lo largo del último milenio. Testimonio gráfico de esta tendencia es el aumento del tamaño de los platos y la cantidad de alimentos que aparecen en cuadros de La última cena pintados por diferentes artistas desde la Edad Media. Esta tendencia se acelera en el siglo XX cuando nuestras raciones aumentan exponencialmente a pesar de que nuestros hábitos son cada vez más sedentarios.

Parece científicamente probado que, a mayor porción servida, más comemos y, en consecuencia, mayor probabilidad de desarrollar sobrepeso en el largo plazo. Lo que es menos claro es si este efecto del tamaño de las porciones sobre nuestro apetito obedece a procesos cognitivos y sociales de orden superior (en los que interviene, por ejemplo, nuestra apreciación del sabor de la comida) o a comportamientos condicionados más básicos.

Resulta tentador sugerir que el tamaño de las porciones de comida habituales en cada lugar y momento nos dice algo sobre la cultura y la mentalidad de un país o el espíritu de una época. ¿Acaso podemos inferir que, cuanto más grandes son estas, más generosa es una sociedad en su conjunto? ¿O debemos concluir lo contrario, que son síntoma de una sociedad codiciosa? Si bien las porciones son el resultado de un conjunto de normas sociales y culturales que se van fraguando a lo largo del tiempo, hoy en día las Administraciones públicas tienen la capacidad de moldearlas sobre la marcha indicando, por ejemplo, el volumen que deben contener distintos alimentos empaquetados: desde las bolsas de patatas fritas individuales hasta las pizzas congeladas familiares.

Muchos nutricionistas coinciden en que el secreto de una dieta saludable reside, precisamente, en las porciones. Enseñar y aprender a comer en la cantidad que nuestro cuerpo realmente necesita podría ser una buena base sobre la que educar en el respeto a uno mismo y, por ende, a los demás, así como al planeta que todos habitamos, principios democráticos universales frecuentemente faltos de alimento.

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