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Opinión - 10.10.2019

Poder europeo

El plan de Borrell para la política exterior es ambicioso en objetivos e instrumentos

La nueva legislatura europea, cuyo pleno inicio es inminente (1 de noviembre), será clave para la expansión del proyecto comunitario, o para su declive. El papel activo de Europa en el mundo mediante una política exterior, de seguridad y defensa, comunes y mejoradas, es una de sus principales asignaturas. Lo es sobre todo por cuanto Europa se arriesga a verse arrinconada en el tablero mundial entre el iliberalismo proteccionista de Donald Trump, el creciente despotismo del Kremlin y el autoritario modelo asiático de China. Si frente a esos peligros los europeos quieren mantener su proyecto mundial de gobernanza pacífica y multilateral, su modelo de integración social y cohesión territorial, la influencia de su poder normativo democrático y la base material de todo ello, su prosperidad económica —producto de su primogenitura comercial—, deberán dedicar mayores esfuerzos y desplegar más inteligencia en la consolidación de un ambicioso poder europeo.

El propósito está claro: “Queremos multilateralismo, queremos un comercio justo, defendemos un orden basado en normas”, sintetizó la nueva presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, en su discurso de julio ante el Parlamento de Estrasburgo. La audiencia ante el mismo del nuevo alto representante para la Política Exterior, Josep Borrell, detalló ese designio con orientaciones, programáticas e instrumentales, muy concretas, y más destacables por cuanto su perfil y sus propuestas cosecharon la unanimidad de los grupos, salvo el voto en contra del grupo seguidor de Salvini y Le Pen. Esto le permitirá revalidar con apoyo el más alto puesto internacional que un español ostenta desde que lo desempeñase Javier Solana.

Sin olvidar otras zonas y áreas de actuación, las primeras prioridades serán las relativas a las zonas vecinas: el apoyo a la estabilidad de Ucrania (a la que la UE ha financiado hasta ahora con 15.000 millones de euros) manteniendo las sanciones a Moscú hasta que rectifique su política expansionista; la sustancial mejora en los Balcanes, propiciando el diálogo entre Kosovo y Serbia, y un amplio Plan África que contribuya a dinamizar su norte mediterráneo y rescate de la miseria al Sahel. La masiva ayuda a esos países de origen y tránsito de los flujos migratorios es indispensable para ambos continentes. Todo esto se completa con el énfasis en la recuperación del acuerdo de paz con Irán. Teherán debe volver a la senda de cumplir las obligaciones contraídas, y Estados Unidos, convencerse de que aquel gran pacto es la única salida, incluso sin su concurrencia: mejor, pues, con ella.

Estas y otras actuaciones deberán vencer tres obstáculos internos de la UE, resaltados en la brillante comparecencia de Borrell: la identidad (“dudamos de si somos un poder global con todos sus instrumentos”); el posicionamiento entre las otras potencias, a veces confiado a las insuficientes soluciones tecnocráticas, y el método, aquejado de “mucho procedimiento y poca política”.

La energía potencial de la Unión para superarlos es enorme. Algunas de las apuestas apuntadas pueden aprovecharla: el concepto de la función del Alto Representante como “puente” entre las políticas exteriores de los socios y Bruselas; la voluntad de ir “más allá” del mínimo común denominador, o la idea de que en algunas de sus misiones se asocien activamente los ministros de Exteriores de los 27. Todo esfuerzo para que cuajen será poco.

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