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Opinión - 26.03.2019

Perplejidades

Los quince días de rigor que preceden a la jornada de votaciones cada vez son más un acelerón final que otra cosa

La campaña electoral aún no ha comenzado. Resulta increíble, pero es cierto. Los quince días de rigor que preceden a la jornada de votaciones cada vez son más considerados un acelerón final que otra cosa. ¿Cómo llamaríamos a lo que ha sucedido en estas semanas previas dentro de los partidos? Ha sido una varea semioculta, plagada de movimientos estratégicos y reubicaciones, fichajes, jubilaciones anticipadas, descarrilamientos y vocaciones sobrevenidas. No ha faltado nada. La confección de listas ha dejado al mercado de altas y bajas de pretemporada futbolística a la altura de un pasatiempo para niños. Si uno atiende, por ejemplo, al caso catalán, encontrará que las fusiones y transfusiones y los saltos de posición en lista han dado lugar a una colcha electoral llena de parches, remiendos y figuras geométricas con más esquinas que lados. En las formaciones clásicas se han repetido los ajustes que ya conocíamos. Listas donde ascienden los cercanos al poder irradiador mientras que los caídos en desgracia y los arrimados a sombras que ya no cobijan descienden a puestos de relleno o marchan a casa a hacer calceta con su rencor.

Pero lo más interesante ha tenido lugar en las nuevas formaciones. En ciertos casos, hay tal laberinto de siglas que para ir a votar algunos tendrán que llevar chuleta. Porque uno más o menos sabe lo que quiere votar, pero no tiene ni idea de cómo se llama la agrupación. A los que están bendecidos por la ola a favor les pasa lo contrario. Tienen un nombre muy popular, pero carecen de gente de fiar en las listas. Una vez más, la revolución antisistema parece que la van a protagonizar funcionarios del Estado, personas que perciben una jubilación ventajosísima y que pretenden encarnar la regeneración. Así de crédulos son los votantes. Pero entre todos los casos dignos de estudio, la plaza de Ciudadanos en Castilla y León se ha llevado la palma. El fichaje de Silvia Clemente fue tan chocante que el portavoz del PP compareció para advertir que les habían arrebatado a alguien de honestidad dudosa. Tenía que saberlo bien, pues era un cargo poderoso y longevo en su formación en la que militaba hasta la tarde anterior. Lo que no se sabe es por qué esperaron a verla fichar por el rival para correr a confesarlo. No es extraño si tenemos en cuenta que en ese partido acaban de imputar por corrupción a la persona encargada de dirigir la oficina de limpieza interna.

Pero la falsa rutilancia del fichaje de Clemente le estalló en las manos a su nuevo partido. Primero se supo que había unas ligeras dudas sobre las subvenciones a empresas de su marido. Llevamos años bajo la insistencia mediática en las subvenciones a artistas, pero esa estrategia de despiste impide enterarse de los diversos sectores subvencionados que andan mucho más pegados al poder local y territorial. Un juego de engaño que ha funcionado de dos maneras: se resguarda a quienes se lucran y se silencia bajo amenazas a quien pretenda participar en el debate público sin estar invitado. La votación de primarias en Ciudadanos acabó en escándalo contable. Dos y dos eran siete. Aún pendiente de aclaración, nos remite a la ya habitual maniobra de utilizar las nuevas tecnologías para trampear los resultados. Son sistemas con buena imagen, pero sin garantías de funcionamiento honesto. Por suerte, el voto legítimo en las elecciones aún es presencial. Esa es la única buena noticia tras esta precampaña llena de perplejidades.

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