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Opinión - 25.06.2019

No es liberalismo, es riveralismo

Ciudadanos afronta su última crisis necesaria: con este “no es no” define su opa para hacerse con el espacio del PP

En Ciudadanos no ha habido un amotinamiento fatal sino una crisis inevitable. Todo partido con más de un alma siempre, antes o después, sacrifica alguna. En Ciudadanos se ha impuesto un cordón sanitario al PSOE que ha demonizado la socialdemocracia. Pero la secuencia de dimisiones tras la salida de Toni Roldán, no hará llegar la sangre al río. El balance de daños es asumible y ahí está Igea para constatarlo. Por demás, pensar que Valls o Roldán representan más a Cs que Rivera, y que este ahora representa más al PP, son matices sofisticados. La mayoría secundan a Rivera y su proyecto de llegar a liderar la derecha. El tiempo dictará sentencia según alcance sus objetivos o no. Entretanto, eso sí, Ciudadanos acentúa un fenómeno problemático: tiende al proyecto personalista, cuando nació contra eso. De hecho, es difícil reconocer su liberalismo; solo es evidente el riveralismo.

Igea defiende la abstención, pero sobre todo a Rivera. Y de hecho sostendrá en la vieja Castilla no un Gobierno de cambio como en Andalucía, sino un Gobierno continuista apuntalando a un partido con más de treinta años en el machito, como en Madrid o Murcia con un lastre considerable de corrupción. Esto no va de regeneracionismo, sino de tacticismo. No es una batalla de ideología, sino de poder. Aunque se aferren a la etiqueta liberal de renacido prestigio, no es más que el espacio de la derecha. Los liberales ya se integraron con Fraga (ecco!) y ahora buscan no integrarse sino ensancharse y ocupar el electorado que lidera el PP. Hay algo simbólico en el relevo de Roldán por una exmilitante del PP o la sustitución en la Ejecutiva por Marcos de Quinto, que ha acumulado una buena fortuna bien ganada pero ya ha demostrado que sin fuste de ideas. Ya se sabe, quod Coca-Cola non dat, natura nos prestat.

La crisis de Roldán está zanjada, e incluso Villegas deja la puerta abierta a otros. Rivera sencillamente va a tirar del Manual de resistencia, y tiene con él incluso a críticos como Garicano o Igea. Actúa persuadido de que su obstinada negativa acabará teniendo premio del mismo modo que lo tuvo para Pedro Sánchez cuando se opuso a la nomenclatura socialista con el no-es-no inflexible a investir a Rajoy. El riveralismo como el sanchismo, ve su ventana de oportunidad en la polarización. Por eso Rivera, como hizo Sánchez, se rodea de un grupo estrecho de pretorianos fieles para defender una hoja de ruta decidida. Lo de círculo de Malú, contado por Ellakuría, es una maldad interna. Esto no guarda relación con Navarra u otros pactos, que son coartadas; se trata de una estrategia de más largo recorrido que comienza con la decisión de sacar al PSOE del constitucionalismo para tratar de convertirse en su alternativa. Y ahora Ciudadanos, que ya no es lo que era Ciudadanos, afronta su última crisis necesaria: con este “no es no” define su opa para hacerse con el espacio del PP. Y el balance solo lo determinará el éxito o el fracaso.

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