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Opinión - 14.01.2020

No es culpa de los pacientes

La congestión de las urgencias hospitalarias puede y debe corregirse

Los pacientes que acuden a los servicios de urgencias hospitalarias para ser atendidos han aumentado un 9% de media en España en los últimos cinco años. Este incremento no se debe a un aumento de las patologías graves, sino a disfunciones del propio sistema sanitario que es preciso analizar y corregir. Esta mayor presión asistencial recae sobre unos servicios ya de por sí saturados que soportan una carga especialmente delicada. El hecho de que alrededor del 80% de los pacientes que acuden a estos servicios lo hagan por decisión propia y no derivados por un profesional sanitario indica que las urgencias se han convertido en una puerta de entrada anómala a la red asistencial.

Este fenómeno se alimenta sin duda de factores sociológicos y culturales, como esa costumbre consumista que lleva a los ciudadanos a pretender una respuesta inmediata a todas sus necesidades. En la sociedad de la eficiencia, cualquier demora es percibida como inaceptable. Todo esto puede influir, sin duda, y debe afrontarse mediante programas de educación sanitaria que ayuden a los ciudadanos a gestionar de forma racional los problemas de salud. Pero sería un grave error culpar a los pacientes en su conjunto por un comportamiento que tiene su parte de lógica. Muchos de los que acuden a urgencias lo hacen ante la evidencia de que no van a tener una respuesta suficientemente rápida en los servicios ordinarios.

Los recortes en los presupuestos sanitarios han aumentado las listas de espera para la visita a los especialistas y también está aumentando la espera para la visita al médico de familia. No podemos culpar a los ciudadanos de que intenten buscar un atajo para sortear unas demoras que podrían evitarse. Saben que a través de las urgencias resolverán en unas horas un diagnóstico que por los cauces reglados puede tardar semanas.

El que sea lógico no significa que no se deba corregir. La mayoría de los hospitales han adoptado sistemas de cribado para clasificar a los pacientes y poder priorizar así las urgencias reales. Pero si la presión continúa, acabará afectando al funcionamiento normal del servicio también para los casos graves. Los flujos de urgencias tienen mucho que ver con la capacidad de resolución de la asistencia primaria y la capacidad de drenaje de las pruebas diagnósticas.

Es preciso dotar a la asistencia primaria y especializada de primer nivel de mayor capacidad resolutiva y de una respuesta diagnóstica más rápida. Y no solo porque puede hacerlo, sino porque es más eficiente. Allí donde los servicios de atención primaria están mejor dotados y desarrollados, el número de pacientes que acuden por su cuenta a urgencias disminuye. Atender consultas banales en servicios de alta cualificación tecnológica dimensionados para resolver casos graves supone un despilfarro que no nos podemos permitir. Hace mucho tiempo que los expertos aconsejan equilibrar mejor el reparto de recursos asistenciales entre la red hospitalaria y la red de asistencia primaria. Debe ser una prioridad.

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