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Opinión - 28.11.2018

Mr. Sánchez y el Sr. Sánchez

Reducir la agenda internacional a mero oportunismo sería de una miopía absurda

La visita de Xi Jinping llega en un momento oportuno, con Borrell en el disparadero. Con todo, el presidente del Gobierno lleva tiempo apostando por una agenda internacional poderosa. Viene de Cuba, viaje con un fuerte valor simbólico, y de la batalla de Gibraltar en Bruselas, donde se ha anotado un éxito por más que la derecha trate de ensombrecer la solución en los márgenes de la posverdad. En pocos días, estará en la foto del G-20 en Buenos Aires. Con el patio doméstico sobresaltado por el bloqueo presupuestario y el filibusterismo parlamentario asfixiante, la política internacional es una apuesta oxigenadora. Ahí los galones van de suyo, y además Sánchez parece más desenvuelto, tal vez por su dominio del inglés, que sus predecesores, y en particular Rajoy. De modo que el presidente por ahora prefiere dejar de lado al Sr. Sánchez y ejercer de Mr. Sánchez.

En definitiva, Pedro Sánchez está muy familiarizado con la dualidad. Es parte de su idiosincrasia. Más allá de la teoría de su nº2 para distinguir al presidente Sánchez de simplemente Pedro, separando al prepresidente del presidente, siempre se ha destacado su capacidad proteica, muy apropiada para los tiempos líquidos de la posmodernidad. Sánchez podrá decir, como Borges, “yo que tantos hombres he sido…”; y de momento ha aparcado un tanto a su yo dispuesto a encauzar el conflicto catalán, donde ahora se aplica la receta del efecto balsámico del tiempo, y a sacar la aprobación de las cuentas firmadas solemnemente con Podemos para desarrollar un programa social. Sánchez no quiere conflictos con Europa, y mucho menos presupuestarios. Así que ha optado por gobernar con decretos y volcarse en la agenda internacional. Y desde luego, aunque España no se vaya a sumar a la Nueva Ruta de la Seda, va a aprovechar la primera visita del Gran Dragón más de una década después con la prosopopeya ad hoc.

Para España era apremiante recuperar posiciones porque ha devenido en actor de reparto en Europa, aun siendo la cuarta economía de la UE, y en el tablero global. No hay que reprochar a Sánchez que vuelque energía ahí, aunque a la vez le sirva de refugio. Por supuesto necesita manejar los tiempos. Su socio, Pablo Iglesias, al ver decaer su sociedad presupuestaria de intereses mutuos, ha convocado ya a los suyos para acuartelarlos con tambores preelectorales. Y ciertamente el Gobierno, sin cuentas para refrescar iniciativas, está maltrecho. Lo que se conoció como governo bonito, equiparando su alineación lustrosa a la canarinha siempre llena de estilistas, está bastante descacharrado tras dos hundidos y cuatro tocados: Pedro Duque y Nadia Calviño, pero sobre todo Dolores Delgado y más aún Borrell, con un baldón que puede hacer encallar otra vez su brillantísima proyección política. Ahora toca esperar noticias electorales sobre el granero andaluz, el debilitamiento de Casado, la irrupción de VOX, que surte de munición moral para el discurso, y las alianzas.

Reducir la agenda internacional a mero oportunismo sería, sin embargo, de una miopía absurda. En julio, al comparecer en el Congreso con su programa de gobierno, el presidente ya vaticinó una política exterior más comprometida: «España puede y debe desempeñar un papel más activo en la esfera internacional”. Eso incluía, además de la Asamblea General de la ONU, la cumbre Iberoamericana en Guatemala y la reunión del G-20 en Buenos Aires, sumarse a «todos los debates de la OTAN», restablecer una relación viva con Iberoamérica y África, y en particular Marruecos, un «país vecino y amigo que va a ocupar un lugar destacado en esos contactos bilaterales». Tras el Marianismo, casi alérgico a las fronteras más allá de las agendas bilaterales, supone una apuesta fuerte. Mr. Sánchez se ha impuesto al Sr. Sánchez. Él no ignora, como enseñó otro presidente chino a Felipe, que no importa gato blanco o gato negro si caza ratones. Ya habrá urnas.

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