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Opinión - 19.05.2019

Marcha sobre Milán

La Europa unida empieza a reaccionar contra las amenazas de la ultraderecha

El líder de la ultraderecha italiana, Matteo Salvini, convocó ayer a la ultraderecha europea a una demostración de fuerza en Milán. Salvini y sus correligionarios de una docena de países quisieron presentar la iniciativa como un desafío a la Unión y sus principios fundacionales con la vista puesta en las elecciones europeas del próximo domingo; en realidad, no pudieron evitar rendirles un involuntario homenaje, al reconocer que las instituciones comunes son el más sólido baluarte contra la realización de su programa.

Destruir la Unión, debilitarla, es el único objetivo en el que coinciden los partidos de ultraderecha que están proliferando en los diversos Estados de la Unión, porque más allá de él solo pueden ofrecer lo mismo que ya conoció el continente: una rivalidad irracional entre sentimientos de superioridad identitaria sin otro fundamento que haber nacido en el interior de unas fronteras, hablar una u otra lengua, o profesar un credo u otro. La estrategia común que les ha llevado a Milán tiene límites estrechos, porque detrás de la coincidencia táctica en oponerse al proyecto europeo se esconde la insalvable divergencia de exaltar los respectivos sentimientos nacionales. Y en la inevitable espiral sectaria a la que conduce una opción que se limita a poner la propia pertenencia por delante de todas las demás, la xenofobia que hoy exhiben contra inmigrantes y refugiados se volvería contra unos u otros europeos, de desaparecer la Unión.

Los avances de la ultraderecha en Europa no son resultado de la fatalidad, sino de los graves errores estratégicos cometidos por las fuerzas democráticas. Fue sin duda un error aceptar la austeridad como única política económica posible y debilitar así el consenso político en torno al Estado de bienestar; como también aceptar como una realidad incontestable la idea de que los populismos que prendieron entre los sectores sociales abandonados a su suerte por esta decisión planteaban correctamente los problemas, aunque ofrecían soluciones equivocadas. Lo que los populismos suelen ofrecer son recetas ideológicas incompatibles con el sistema democrático, en la seguridad de que tarde o temprano acabarán por acorralarlo en la alternativa saducea de no poder ofrecer una alternativa o tener que traicionarse para hacerlo.

En este sentido, el sistema democrático no puede precipitarse sin destruirse en especulaciones políticas acerca de la identidad y la nación, porque su territorio es el de la ciudadanía y el Estado. Y no es cierto tampoco que la fidelidad a supuestas esencias colectivas tenga más capacidad para movilizar las emociones que el compromiso con la libertad, la igualdad y la justicia social que inspira el proyecto de la Europa unida. La presencia que ha llegado a obtener la ultraderecha en las instituciones tanto internas como comunitarias demuestra el error de intentar arrebatarle electoralmente ciertas banderas, como la de preservar la homogeneidad frente a la inmigración o la de asociar ésta con la inseguridad. Sencillamente porque esas banderas son las suyas, y de nadie más.

El europeísmo de Macron y la recuperación electoral de partidos socialdemócratas y comprometidos con la Unión en España y Portugal podrían ser los primeros síntomas de que los ciudadanos han cobrado conciencia de lo mucho que está en juego, tan solo a la espera de que Alemania resuelva la sucesión de la canciller Angela Merkel. La eventual salida del Reino Unido y los avances de los partidos de ultraderecha en las instituciones no son fenómenos distintos, sino un mismo fenómeno, que es el que trata de capitalizar Salvini. Frente a él y sus correligionarios las fuerzas democráticas no pueden mostrarse divididas ante el temor a ser acusadas de debilidad por defender la Unión, sus garantías y sus leyes, sino inequívocamente comprometidas en la defensa de Europa y de los principios que la han hecho posible. El próximo domingo los ciudadanos tendrán en su mano evitar que la marcha sobre Milán se transforme en el inicio de una nueva marcha sobre Roma.

 

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