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Opinión - 13.02.2019

Malestar contra malestar

El enfrentamiento entre ‘chalecos amarillos’ de derecha e izquierda revela las fracturas del movimiento

Mucho se ha dicho ya sobre el movimiento de los chalecos amarillos que ha puesto en jaque la presidencia de Emmanuel Macron en Francia, pero las imágenes de la última manifestación en Lyon han mostrado una faceta hasta ahora poco visible. Chalecos amarillos de ultraderecha a golpes con chalecos amarillos de izquierda. Todos llevan el uniforme de la protesta que más ha convulsionado Francia desde Mayo del 68, y todos expresan un malestar de fondo que les impulsa cada sábado, desde hace 13 semanas, a depositar su ira contra mobiliario urbano, escaparates, cajeros y coches de lujo.

Que el malestar es el combustible de la protesta es algo en lo que coinciden todos los observadores, y de hecho, Macron ha tenido la hábil idea de intentar abrir una espita con la que aliviar la presión convocando un gran debate nacional. En mangas de camisa, dedica horas y horas a escuchar a ciudadanos corrientes que, en general, exponen las mismas quejas que los chalecos amarillos. La estrategia parece funcionar: Macron ha detenido la caída en picado en popularidad e incluso ha remontado algo. Pero la última encuesta, conocida el jueves, mostraba que, pese a los disturbios y destrozos, los chalecos amarillos aún conservan el apoyo del 64% de franceses.

El movimiento pervive porque hasta ahora no ha pasado de la fase de protesta. Sumar reivindicaciones no es difícil: unos van porque temen que los inmigrantes les quiten el trabajo, otros porque quieren más justicia social. Son las clases medias y populares empobrecidas por la globalización, los jubilados y comerciantes de la Francia vacía, quienes se manifiestan. Lo que expresan, con estas protestas, es una gran desconfianza en el futuro. Todos culpan al poder instituido. Otra cosa es ponerse de acuerdo en qué hay que hacer.

Que esto suceda en uno de los países que más presupuesto dedica a políticas sociales ha de hacer reflexionar. Todos saben que eso no es suficiente. Lo que se cuestiona, en realidad, es un modelo económico que deja en la cuneta a muchos que se creían en el carril central. La principal herencia de la crisis de 2008 es que ha dejado muy claro que cualquiera puede perder su estatus en cualquier momento. Y a pesar de que Nicolas Sarkozy dijo que había que “refundar el capitalismo”, poco se ha hecho para que no vuelva a ocurrir.

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