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Opinión - 21.05.2019

Los presos ganan a los fugitivos

La operación de presentarse al Parlamento español y al Europeo tiene mucho de maniobra: para aventar su causa. Y competir y estar presentes.

De momento, los políticos indepes presos ganan a los fugitivos. La operación de presentarse — ambos grupos— al Parlamento español y al Europeo tiene mucho de maniobra: para aventar su causa. Y competir y estar presentes.

Y es que casi ninguno (si alguno) busca ejercer las tareas de los cargos pretendidos. Lo cual es paradójico, pero legítimo. Y subraya no la baja calidad de la democracia, sino la generosidad de la Constitución: ¡los acusados de vulnerar la soberanía nacional pueden aspirar a encarnarla!

Y todo ciudadano goza de la presunción de inocencia mientras no esté condenado mediante sentencia firme. Y pues, de su derecho a la participación política (artículo 23 de la Constitución). Aunque el modo de su ejercicio pueda sufrir restricciones.

En términos de rivalidad electoral, de simbolismo icónico, y de explotación de la presentación victimaria, los presos ganan la partida a los de Waterloo.

O al menos compensan su enorme desventaja: por supuesto, en calidad de vida, pero también en libertad de movimientos para hacer política.

Y eso significa que aunque solo dos de los cinco parlamentarios-presos-y-electos sean de Esquerra y los otros tres postconvergentes la capitalización principal del episodio beneficia más a los primeros.

Por la sencilla razón de que en este tipo de lides muy mediáticas, prima el liderazgo sobre el número: Oriol Junqueras estuvo ayer y está hoy en carne y hueso en el Parlamento español; su socio y rival, ¿dónde? No es solo una cuestión de percepción televisiva. Sino de credibilidad comparativa. Afrontar la propia responsabilidad y pechar con sus consecuencias siempre es mejor valorado por los ciudadanos que ofrecer la impresión (real o ficticia, no es el tema) de rechazarla, huyendo.

Y eso se enfatiza curiosamente en el caso de un postconvergente: Joaquim Forn, un preso que primero se largó a Bruselas y luego lo repensó y volvió.

Además de la credibilidad por mayor responsabilidad, también aumenta comparativamente la de quienes usan las armas de la ley (el derecho a presentarse como elegibles) no para esquivarla en un eterno viaje a ninguna parte, sino para consumar alguno de sus fines.

Esquivarla supone situarse extramuros del sistema; consumarla da pie a adivinar alguna intención de respetarlo.

También las expectativas de futuro difieren. Incluso en el eventual caso de una condena dura, la certeza de acogerse a la ley —y sus infinitas posibilidades— suele ser mejor perspectiva que la de conculcarla para siempre. Lo que puede conducir a una suerte de apatridia de facto y desde luego a la incertidumbre del errante, como acabamos de ver en otro caso muy distinto.

Los del interior, al cabo, suelen tener una visión menos deformada de la vida que los del exterior. Se ha demostrado muchas veces. Aunque no siempre.

Menos deformada no implica, aún, realista. Habrá que cotejar las auto-proclamas de pragmatismo con su plasmación práctica. Y en eso ni unos ni otros brillan nada.

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