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Opinión - 22.01.2019

Los escalones

No se trata de sustituir la profesionalidad por la pasión, sino de llegar a ser un buen profesional sin perder la pasión

En los últimos días, hemos asistido a una muestra esclarecedora del funcionamiento interno de los partidos políticos. Aquí también parece existir una división radical entre la derecha y la izquierda, como si el molde ideológico fuera definitorio incluso en la manera de organizarse. Está claro que si tu discurso público es una defensa del autoritarismo, resulta sencillo aplicar ese látigo dentro de tu formación. En cambio, si tu narrativa vadea los confines de la libertad y la independencia de criterio, lo que te vas a encontrar es con la imposibilidad de capitanear un grupo cohesionado y prieto. La convención del PP ha mostrado cómo alcanzar el Gobierno en Andalucía, pese al mal resultado electoral de la formación, y ha inyectado gasolina a su nuevo líder. Los partidos políticos necesitan el poder para prometer puestos y perspectivas laborales a sus legiones. Sin mandos en la Administración se asemejan a corrales sin pienso, donde las gallinas escarban en la tierra a la búsqueda de grano oculto, cuando no se pican unas a otras en plena coronilla hasta hacerse sangrar.

Pablo Casado ha logrado renovar las candidaturas locales con fieles impuestos a dedo sin disputa pública. Incluso se permitió convocar a los dos expresidentes del partido, cuyas antagónicas maneras de entender la función les han llevado a una animadversión brutal. El método para unirlos fue precisamente no juntarlos; concedió una jornada a cada uno, y luego los mandó de vuelta al museo de cera. Es evidente que el giro brusco a la derecha le une al aznarismo, pero conviene guardar un pie en cada orilla, porque las vicisitudes electorales obligan al contorsionismo del lenguaje. Los cuellos que antes se rompen son los incapaces de amplio giro. Los antiguos rivales de Casado en la pugna por el liderazgo del partido acudieron también a la convención, pero lo hicieron mudos, con un aire que sonaba más a reunión de antiguos compañeros de colegio, donde uno recuerda con agrado las bromas a los profesores y olvida las collejas que te pegaban los compañeros en el patio.

Al otro lado del tablero, Podemos ha vivido su penúltima convulsión. Íñigo Errejón ha leído el modelo de Manuela Carmena, Ada Colau y Mónica Oltra como único eficaz con vistas a las próximas elecciones y le ha pegado una puñalada al partido. Eso sí, lo ha hecho por el bien del partido. Al menos, así lo va a intentar explicar, por la cuenta que le trae. Podría ser que las traiciones y las disensiones públicas sean lo único que sacuda la conciencia de quienes iban hacia el desastre electoral sin la mínima corrección de tiro. Lo jugoso de este asunto es que ventila una ruptura personal. Ya estaba consumada la extinción de la amistad, pero ahora se representa en público un divorcio feo, que puede desmotivar a quienes persisten en ilusionarse de tanto en tanto. Fundaron un partido para sacarle las vergüenzas a los profesionales de la política, a los que en un error de cálculo tildaban de casta. Sucede en todos los sectores, que uno arranca con desprecio hacia el profesionalismo. Pretendes suplirlo con emociones sinceras. Pero las cosas no funcionan así. No se trata de sustituir la profesionalidad por la pasión, sino de llegar a ser un buen profesional sin perder la pasión. Ser mejor sin convertirte en un cínico. En ese secreto algoritmo está la solución a este nuevo e inesperado escalón aún por saber si es de subida o de bajada.

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