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Opinión - 19.03.2019

Las metamorfosis

Nos falta un Kafka que cuente el siglo XXI como patología

Franz Kafka trabajó en el Instituto de Seguros de Accidentes de los Trabajadores del Reino de Bohemia. Esa oficina ha pasado a ser mítica porque tiñó la literatura de su empleado con los rasgos definitorios de un tiempo que aún no había sucedido. Nadie contó el siglo XX mejor que Kafka incluso antes de que el siglo desarrollara en toda la extensión su sintomatología. En muchas oficinas burocráticas germina la genialidad. Igual que uno respeta al Sol y la Luna, a la lluvia y al viento, así deberíamos respetar al legajo oficial, a la subdelegación, la letra pequeña de la historia minúscula que se desarrolla en las instituciones de servicio ciudadano. Hemos descubierto hace poco una de la que teníamos poca noticia. Se llama Oficina de Conflictos de Intereses. El nombre, así dicho, le hace a uno soñar con los nuevos Kafka, aquellos que sentados en un despachito sin ventanas pero con viñetas de Forges colgadas en la pared se afanan por poner orden al mundo para luego proceder a archivarlo todo en un sótano. A uno le gustaría que la Oficina de Conflictos de Intereses se ocupara de todos nosotros en cada segundo de la vida, a la hora de elegir el menú y también a la hora de elegir los amigos, la pareja y hasta la película que veremos esta noche.

Pero mejor escuchemos la definición detallada de la cosa: La Oficina de Conflictos de Intereses es un órgano de gestión del Ministerio de Política Territorial y Función Pública dependiente de la Secretaría de Estado de Función Pública que se encarga del control legal de las incompatibilidades de los altos cargos de la Administración. Aunque asfixiados, ahora ya nos queda más claro. Porque las incompatibilidades son una cucaracha de seis patas. Tener seis patas significa que cuando caminas hacia adelante también estás caminando hacia atrás. Hemos creado la metáfora perfecta al referirnos a estas metamorfosis como las puertas giratorias en la política. Para desgracia de los políticos, la vida laboral en el sector se ha complicado mucho. Las rencillas internas, la llegada de nuevos partidos y la ilusa pasión actual por la novedad implica que los políticos duran menos que antiguamente. Los partidos se esfuerzan por ofrecer caras nuevas. Así que los profesionales se ven abocados al reciclado obligatorio. La política en algunos casos permite pescar desde el cargo público un asiento de subsistencia cuando se regrese al mundo real. Nada que objetar. Hasta que el tufo a connivencia y a soborno del cargo por parte de empresas ávidas de contrato público exigió elaborar un código de decencia.

Entonces se creó la Oficina de Conflictos de Intereses y se la dotó de dos órganos directivos, la Subdirección General de Régimen de los Altos Cargos y la Subdirección General de Régimen de Incompatibilidades de los Empleados Públicos. Lo interesante es que a Agustín Conde, ex secretario de Estado de Defensa con Cospedal, se le ha permitido sin objeciones firmar con una empresa de armamento que licitaba en su día con el departamento. Tampoco la Oficina se va a poner pejiguera si todo es legal o lo parece. Es otro más en la lista de dudas razonables de incompatibilidades manifiestas que salpica desde la abogacía hasta la sanidad pasando por la televisión sin que sepamos cómo actuar. Por falta de oficinas no será, el problema es que nos falta un Kafka que cuente el siglo XXI como patología. La literatura no es un consuelo frente a la realidad. Es la expresión del desconsuelo. Con eso basta.

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