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Opinión - 19.03.2020

La vida entre paréntesis

Conseguir el consenso suficiente para poder debatir las discrepancias será fundamental para afrontar cualquiera de los riesgos que aparecen en el horizonte

La sesión extraordinaria de ayer en el Congreso lo certificó. Esto no es una crisis política, ni una crisis social, ni una crisis económica de oferta ni de demanda. Su naturaleza nos es desconocida, pues se trata más bien de poner la vida entre paréntesis. La vida cotidiana, la laboral, las parrillas de radio y televisión, y hasta la bronca política han quedado en suspenso, detenidas, congeladas.

Es en las crisis cuando se reordenan las prioridades y con ello se dibuja el siguiente periodo. Ocurrió durante la de 2008, cuando las élites europeas decidieron que la prioridad eran los bancos, abonando así el terreno para los populismos. Es posible que algunos gobiernos europeos hayan entendido a posteriori el error que llevamos una década lamentando —el español entre ellos—, y de ahí el anuncio histórico de medidas de protección social para los más vulnerables y para los que pueden llegar a serlo. Falta por comprobar que la ejecución sea eficaz y eficiente, y que el sector privado esté a la altura. De Europa ya, si eso, hablamos otro día…

La redefinición de prioridades se vio ayer en el inédito consenso de prácticamente todas las fuerzas democráticas tanto en la defensa de la sanidad, como en la recuperación de lo público, planteado este último en dos ámbitos: en primer lugar, como protector, primero de los más vulnerables y luego del conjunto; y a continuación, como motor económico. Toda la derecha democrática, con Pablo Casado a la cabeza, clamó por políticas keynesianas en línea con lo que están haciendo organismos internacionales, o conservadores que llevan más de una década negando lo público. Es difícil imaginar que el día después, cuando todo esto acabe, solo quede un mal sueño. Las huellas en el imaginario marcarán un antes y un después.

El consenso que hoy se muestra, si se mantiene a lo largo de la crisis, puede tener dos efectos: de entrada, una mayor eficacia de la respuesta política, y luego —lo que sería mucho más efectivo—, una recuperación de la confianza de la ciudadanía en las instituciones democráticas. Consenso que no debe equipararse a una ausencia de debate, ni de contraste de ideas. La politización, en tanto que problematización, puede dar lugar a mayores y mejores propuestas siempre y cuando se asiente en unos mínimos compartidos, y esos, después de esta crisis, no pueden ser otros que la defensa de lo público.

Como recuerdan Lebitsky y Ziblatt en Así mueren las democracias, “las coaliciones de ideologías afines son importantes, pero no bastan para defender la democracia. Las coaliciones más eficaces son aquellas que congregan a grupos con concepciones distintas (incluso discordantes) sobre múltiples asuntos. No se construyen entre amigos, sino entre adversarios”.

Vivimos uno de esos tiempos en que la reordenación de prioridades exige acuerdos amplios. Conseguir el consenso suficiente para poder debatir las discrepancias será fundamental para afrontar cualquiera de los riesgos que aparecen en el horizonte. Si un virus ha parado el mundo y nos ha sumido en una crisis de estas características, ¿qué no será capaz de hacer el cambio climático o una revolución digital al margen de la política?

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