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Opinión - 10.01.2019

La Triple Alianza y el espíritu de Vox

El partido de Santiago Abascal ha tenido éxito, ha logrado el objetivo de ser referencia en la agenda

La Pasarela del Cambio, con el desfile de los actores, se ha resuelto en Andalucía con buenas dosis de postureo. Se ha impuesto la lógica de la alternancia, sí, con lo que en el imaginario colectivo ya es la Triple Alianza que hace cotizar a la derecha al alza en la competición del poder. El PP, con un liderazgo débil por número de votos –lo que en su retórica es “un pacto de perdedores”– proclama que no hay concesiones pero eso es irreal; Ciudadanos actúa como si Vox no entrase en la ecuación, pero eso es irreal; y Vox como si representaran la autenticidad, y tampoco acaba de ser real. En definitiva la realidad, parafraseando a Philip K. Dick, es aquello que, aunque no quieras creer en ello, sigue ahí. La Triple Alianza no es gratis.

El reparto, eso sí, es desigual. El PP, primus inter pares, se lleva el gran premio tras su fracaso electoral, generando un tique que dará mucho poder local en mayo aunque es arriesgado pensar que no vayan a ser erosionados por los dos flancos, algo que ya inquieta a los barones; y Vox, en definitiva, una escisión del PP, ha entrado en el poder desde la marginalidad y se mete en el Parlamento no en el caballo de Pavía, sino por la puerta grande de las primeras páginas. Los líderes de PP y Vox brindan en Madrid. En cambio Ciudadanos, con seguridad, es el partido con menos que celebrar, a pesar de estar en el Gobierno. Esquivar la foto con Vox es posturing, porque la imagen final incluye a Vox. Y ellos son los que más han alimentado el silogismo de que si A pacta con B, y B pacta con C, sin duda C compromete a A. Hay tique para rato y solo les queda el estímulo de crecer a costa de un PP que se traiciona cada vez más a sí mismo.

Aunque Ciudadanos escenificara el rigor de las líneas rojas, Vox ha cruzado sus líneas rojas. Y, va de suyo, para sostener el Gobierno de la derecha están condenados a compartir Triple Alianza con Vox en el Parlamento. Para los de Abascal se trata de un placer poco secreto contemplar la frustración en Ciudadanos, que no sale indemne aunque, como el del chiste tras perder las dos piernas, proclame “parece mentira pero no me ha pasado nada”. Probablemente lo más incómodo sea ver a Vox aireando la maldad, fastidiosamente cierta, de que su programa está muy inspirado en el Ciudadanos “auténtico” de 2015: reducción de gasto público, homogenización territorial, recorte de subvenciones a los partidos, discurso sin matices sobre la inmigración, adoctrinamiento en las aulas, fomentar la natalidad, control de las mezquitas… En fin, qué cosas.

El PP ha asumido al extraño compañero de cama; en cambio, Ciudadanos ha aspirado a no perder la virginidad a pesar de la coyunda, por más que la fantasía de “la puntita nada más” no pueda protegerlos. Al final no se puede bailar en el barro sin que salpique. Y, de hecho, su excesivo postureo solo acentúa las contradicciones. Vox ha alcanzado un acuerdo, y le bastará girar el pulgar hacia abajo para que el Gobierno Moreno-Marín se bloquee. De hecho, hay que admitir que ha sabido negociar, como le reconoce el consultor César Calderón, con réditos desde su 10%: el punto 9, abre la posibilidad de reducir las subvenciones a asociaciones de género o LGTBI; los puntos 13,14 y 15, acaban con la preferencia de la educación pública sobre la privada y despejan la segregación por sexos subvencionada; 27, 28 y 29, control de la inmigración bajo la idea de la cultura occidental y todos los medios contra el fundamentalismo islámico; y la liquidación de la Memoria Histórica en el 33. ¿Recuerda Ciudadanos su reacción porque Susana Díaz no cumpliera lo firmado?

Claro que eso puede parecer poco si se compara con las 19 medidas, pero ¿de verdad alguien creía que las 19 medidas eran una propuesta real? No, su función era triple: por un lado, sacar una alternativa a su propuesta inviable de la ley de violencia de género, a la que ya habían exprimido bastante rentabilidad colocándola durante días en el centro del debate público; de otro, establecer un programa de máximos para negociar con el PP, a sabiendas de que ya han arrastrado al casadismo muy a la derecha para estupor de los moderados, y además revestido con provocaciones altisonantes (puro altavox) para mantenerse en el centro de la escena, de los 52.000 ilegales a la festividad del 2 de enero. Y han tenido éxito. Vox ha logrado el objetivo de ser referencia en la agenda.

Aunque Vox sea un partido de extrema derecha, tiene asimilada la escuela Bannon. El ideario nacionalcatolicista convive en ellos con el nacionalpopulismo. Las provocaciones ya han comenzado a funcionar al modo de los mensajes de Trump pero también de los salvinis europeos. Las sátiras, propiciadas con bobadas como llevar la fiesta andaluza a la Toma de Granada, pero también por debates con buena clientela como la caza, les fortalecen como engordaron a Trump. Como allí, de Stephen Colbe Saturday Night Live, las risas llenas de superioridad lógica acaban por servirles para cohesionarse y crecer. Entretanto, la Triple Alianza ya es un hecho como tique de poder de la derecha, con el PP emparedado entre Ciudadanos, al que asfixian sus contradicciones, y Vox, el elefante en la habitación convertido en actor principal.

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