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Opinión - 10.07.2019

La estrategia perdedora de Trump en Irán

Con su retirada del acuerdo nuclear y las consecuencias que esto ha generado, el mandatario podría tener que escoger entre perder prestigio en casa o iniciar una confrontación militar

Las intenciones del presidente estadounidense, Donald Trump, en Irán son un profundo misterio. ¿Espera un “mejor” tratado nuclear que el acuerdo de 2015 del que retiró a Estados Unidos? ¿Suponen él y sus asesores que si acumulan suficientes exigencias el régimen se verá obligado a ceder, o incluso abdicar? ¿O están fijando el escenario para un intento de cambio de régimen por la fuerza militar?

Lo más probable es que no tengan ni idea. Bien podría ser así, porque ninguno de los resultados arriba mencionados va a suceder.

Es verdad que con el abandono del Plan de Acción Integral Conjunto —PAIC, como se conoce oficialmente el acuerdo nuclear de 2015— Trump cumplió una de sus promesas electorales clave. El problema es que ni él ni sus asesores parecen haber considerado qué paso iban a dar después.

Una de las pocas constantes del enfoque de Trump hacia la definición de políticas es su deseo de ganar la aprobación de su núcleo duro de seguidores. Puesto que también hizo campaña contra los “enredos” de Estados Unidos en el extranjero, se puede suponer que esos votantes no quieren que Estados Unidos inicie otra guerra en Oriente Próximo. Un conflicto bélico con Irán causaría incluso más víctimas, y sería más difícil de ganar que las guerras iniciadas por los estadounidenses en Afganistán e Irak.

Por su parte, lo más probable es que Trump quiera evitar la guerra, pero, al mismo tiempo, aprovechar al máximo la presión sobre el régimen iraní. El problema es que en el ambiente político del golfo Pérsico la línea entre estas dos opciones no es nada clara. La experiencia pasada muestra que poner el máximo de presión suele crear las condiciones para la confrontación militar.

A diferencia de su asesor de seguridad nacional de línea dura, John Bolton, Trump plantea que un cambio de régimen por vías violentas no es uno de los objetivos de su política hacia Irán. Sin embargo, sus acciones son exactamente iguales a si los neoconservadores que llevaron al expresidente George W. Bush a la guerra de Irak siguieran tomando las decisiones.

Esta situación resulta mucho más peligrosa en vista de que el margen de maniobra de las autoridades estadounidenses en Oriente Próximo se ha reducido significativamente desde 2003. La posición estratégica actual de Irán es mucho más sólida de lo que era en ese entonces, precisamente porque la guerra de Irak derribó a su principal rival en la región. Y lejos de estar aislado en caso de una escalada militar, Irán recibiría apoyo material y diplomático de Rusia y China.

Al menos desde la caída del sah en 1979, la política de Occidente hacia Irán se ha basado en ilusiones. Liderado por EE UU, el mundo occidental ha confiado por largo tiempo en que las sanciones económicas obligarían al régimen iraní a cambiar sus políticas y comportamientos. Pero esta mirada, junto con los muchos otros errores de Estados Unidos en la región, en realidad ha fortalecido a Irán. Sus fuerzas militares u organizaciones aliadas se extienden ahora por todo Irak, Siria y Líbano, cruzando hasta el Mediterráneo y hasta la frontera norte de Israel. Y si bien la economía iraní sufre el peso de las sanciones, no se está resquebrajando. Y el aparato de seguridad no muestra signo alguno de debilidad.

En respuesta a la decisión de Trump de abandonar el PAIC y volver a imponer sanciones, Irán ha anunciado que está enriqueciendo uranio en un porcentaje que es apto para usos bélicos. Si el régimen adquiere armas nucleares, se elevaría de modo importante la probabilidad de una carrera nuclear en la región y la amenaza a la seguridad de Europa. Precisamente para prevenir este resultado los europeos iniciaron las negociaciones con Irán a principios de la década de 2000, tras la invasión estadounidense a Irak. Solo con la llegada del presidente estadounidense Barack Obama cambió la estrategia general de Occidente. Ahora que Trump está revirtiendo gran parte de los avances logrados en los años de Obama, resulta claro que por sí sola Europa es demasiado débil para impedir que Irán desarrolle armas nucleares.

Merece la pena recordar que, además de sus objetivos de no proliferación nuclear, el Plan de Acción Integral Conjunto también apuntaba a reintegrar a Irán a la comunidad internacional. Al igual que los europeos, la Administración de Obama reconoció que no había funcionado su estrategia de aislarlo, y que no era una opción otra guerra en la región. Sin embargo, al revertir el rumbo Trump ha eliminado el único camino de avance viable.

Irán ha sido una clara entidad política y cultural por más de 2000 años y no va a desaparecer. La única interrogante es el papel que jugará esta antigua y orgullosa civilización en la región y en el resto del mundo. Sin una respuesta satisfactoria, todo Oriente Próximo seguirá sumido en la inestabilidad y seguirá aumentando el riesgo de que un conflicto bélico surja y se extienda mucho más allá de la región.

Desde que Estados Unidos comenzara su retirada parcial de Oriente Próximo bajo el gobierno de Obama, Irán, Arabia Saudí e Israel han competido por la dominación regional. Y, debido a que el PAIC hizo surgir la perspectiva de un reacercamiento estadounidense a Irán, no bajaron las tensiones entre estos antiguos rivales. Mientras tanto, Irán ha mejorado su posición y ampliado su presencia regional mediante la guerra civil siria y otros conflictos. Con Arabia Saudí e Israel ya en ascuas, si ahora se restaura el programa de armas nucleares iraní la región podría llegar al borde de una guerra de imprevisibles consecuencias.

Serán necesarios importantes esfuerzos diplomáticos para impedir que Irán adquiera armas nucleares y formular un papel regional e internacional constructivo para la República Islámica. Pero aun así la estabilización de la región debe venir desde adentro, como lo han demostrado las experiencias del último siglo.

Al retirarse del PAIC sin buenas razones, Trump se ha internado en el laberinto iraní. Pronto podría llegar a un punto en que tendrá que escoger entre perder prestigio en casa o iniciar una confrontación militar. De cualquiera de las dos maneras, desilusionará a sus más firmes partidarios y hará de Oriente Próximo, y el mundo, un lugar mucho más peligroso.

Joschka Fischer, ministro de Relaciones Exteriores y vicecanciller de Alemania entre 1998 y 2005, fue líder del Partido Verde alemán durante casi 20 años.

Traducción de David Meléndez Tormen.

© Project Syndicate, 2019.

www.project-syndicate.org

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