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Opinión - 10.09.2019

La ansiedad

Queridos niños, a veces lo que os pasa es que no sabéis lo que queréis

Se nota la ansiedad. Ya dijimos que la prueba más palpable de ese estado consiste en tirar de la cadena antes de terminar de mear. Por si este ejemplo no les resulta suficientemente aplicado a la tecnología moderna, seguro que comprenderán a qué nos referimos si observan cómo cambiamos de pantalla antes de llegar a ver del todo la que tenemos delante. Se busca algo que no se encuentra y la prisa es mentirosa, porque te hace aparentar que avanzas cuando en realidad solo das vueltas por el mismo sitio, eso sí, cada vez más rápido. Dicen que cuando se tomó al asalto la Bastilla en París la noticia tardó 13 días en llegar a Madrid. Así que es comprensible que la aceleración de los acontecimientos sea el signo de nuestra era. Ya nada que pasó ayer nos interesa hoy, quizá en algo tan sencillo consista el drama de la prensa. El reloj interno de las personas está regulado por una cadencia desesperada. Por ello, pese a que nuestra esperanza de vida es la más prolongada en la historia de la humanidad, nunca se oyó repetir tantas veces la expresión: no tengo tiempo para nada. Luego nos corresponde encontrar una solución para un mal tan contemporáneo, porque la infelicidad está fabricada sobre los cimientos de esa ansiedad.

El calendario político no viene a diferenciarse demasiado de la expresión de algo similar. La gente percibe con desesperación los procesos negociadores. Pero ignoran que los límites temporales condicionan las respuestas, como se ha hecho con el Brexit para final de octubre o con la convocatoria de nuevas elecciones en España, cuyo margen llegaría hasta el 23 de septiembre, y que aparentan ser fechas históricas cuando en realidad no lo son tanto. Al existir una fecha límite, las fechas anteriores carecen de valor. Como un chicle, se estira la pantomima porque todo el mundo sabe que si la decisión hay que tomarla en el borde del acantilado no puede fingirse a mitad de camino. Todo es llevarnos a la histeria para que traguemos con lo resultante. Salvo que aparezca el signo inédito de nuestro tiempo. No es otro que la madurez responsable. Entonces las cosas cambian. Uno establece sus propios tiempos y atempera las ansiedades, porque se limita a razonar sobre lo lógico. Desaloja el valor del tiempo y da la bienvenida al interés por la esencia. Es la misma receta con la que los presos de la ansiedad comienzan a reorganizar su vida. Se hacen dueños de ella, discriminan entre lo importante y lo accesorio y logran ordenar el ritmo de su progresión personal. No hace falta que te llegue el diagnóstico de una enfermedad mortal para que retomes el mando de tu vida. Es más, si eliminas la prisa ganas tiempo en lugar de perderlo.

Pero si le concedes a la fecha límite todo el poder, entonces tú mismo careces de sentido puesto que importa más el cuándo que el qué. Deja que llegue esa fecha y que se imponga sobre ti como la lluvia, ¿no finges acaso que es irremediable? A los negociadores de estas irresponsabilidades que ahora nos ocupan bastaría con exigirles que fueran capaces de expresar lo que quieren, no tanto el cómo lo quieren. Y que tengan presente la frase del gran estadista israelí Levi Eshkol cuando decía aquello de: “Si no me dan lo que quiero hago concesiones. Y si no es suficiente, hago más concesiones. Y si aún no basta, hago más concesiones. Así hasta que consigo lo que quería”. Queridos niños, a veces lo que os pasa es que no sabéis lo que queréis.

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