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Opinión - 05.12.2019

‘Frozen 2’: Elsa no es lesbiana… y Anna es un despropósito heterosexual

A estas alturas del partido, todos sabemos lo peligroso que puede resultar el mito del amor romántico

Mi hija de nueve años entró en el cine con la ilusión de que Elsa fuera lesbiana. Porque en 2019 la princesa Elsa se ha convertido en un icono LGTBI para todos los públicos sin necesidad de salir del armario. Desde que cantó aquel liberador “Suéltalo” en la primera película, la idea de que Elsa era gay corrió por Internet, con su propio hashtag: #GiveElsaAGirlfriend («dadle a Elsa una novia”). Los creadores lo sabían. Pero la han mantenido soltera. Sin embargo, han intentado contentar a todos. Así, cuando termina la película, Elsa no es lesbiana pero puede seguir siendo un digno icono gay. Si bien el verdadero drama de género lo protagoniza su hermana. Porque lo terrible de Frozen 2 es la anacrónica relación heterosexual que encarna la princesa Anna con su novio Kristoff.

El prefijo cis viene del latín y significa «de este lado», mientras el prefijo trans significa «más allá». Por eso llamamos «cis» a aquellas personas que se identifican como el género que les fue asignado en el nacimiento y “trans” a quienes no se identifican con él. Por eso lo trans puede entenderse como todo lo que hay más allá de las etiquetas de género. ¿Y cómo se titula el nuevo single de Elsa? Mucho más allá. Un posible himno LGTBI que aspira ser cantado tanto en parques de bolas como en alegres afters. De modo que cada hermana representa una manera de estar en el mundo. Anna está de este lado, del lado cis de toda la vida mientras Elsa nunca encajará donde la mayoría. Y toda la película gira en torno a la forma de unir dos maneras tan distintas de estar en el mundo para concluir que se arregla con amor y con un puente. Y fin.

Sin embargo, el verdadero problema no está en Elsa sino en la parejita cisgénero del cuento: Anna y Kristoff. Ellos representan para los niños lo que conocemos como relación romántica heterosexual. Solo que a estas alturas del partido, todos sabemos lo peligroso que puede resultar el mito del amor romántico. Los padres de la mayoría de los niños y niñas (que son cis) tememos las relaciones de dependencia patriarcales en que tantos adolescentes están metidos, el control de los movimientos de tantas chicas enamoradas a través de su móvil, la relación de propiedad y poder vinculada al amor para toda lo vida… Un deseo de posesión que palpita, en fin, detrás de la violencia de género. La maté porque era mía implica violencia pero también una forma muy concreta de entender el amor. Aquella donde la mujer adopta una actitud pasiva respecto del hombre de su vida (solo uno), donde espera a ser pedida en matrimonio (ellas nunca dan el primer paso, se limitan a decir sí) y a poder ser rescatada y protegida por un hombre más fuerte que ella al que normalmente considera más tonto, como Kristoff. Un mito por el que mueren mujeres todos los días y que exige una resignificación urgente. Desde este punto de vista, Frozen 2 me parece una película para mayores de 18 años.

Porque Kristoff se pasa media película ensayando maneras de pedir en matrimonio a su novia para, al final, clavar la rodilla en el suelo y celebrar la feliz entrega de Anna. Antes se ha pasado media película inventando maneras de conseguir el sí quiero que, en palabras del galán, significa: “la señal de que por fin eres mía ya”. Mientras, en un momento dado, Anna se ausenta un ratito de su lado para salvar la vida a su hermana y esas cosas. Entonces Kristoff entra en un bucle de posesión romántica y se marca un tema patético patriarcal a todo volumen plagado de perlas de este tipo: “Todo es confusión si no estás, No sé por qué camino tú vas, ¿Quién soy yo si tuyo no soy? ¿Dónde estoy si no estamos juntos?” El chaval se desgañita cantando en el bosque porque no tiene móvil con que controlar los movimientos de su chica. Pero eso ya llegará cuando las niñas tengan 13 o 14 años, claro que sí. Solo hay que esperar.

Por otro lado, el viaje trans, el de Elsa, es bellísimo. La alegoría es perfecta en cada palabra, cada gesto y cada canción. Es un viaje que Elsa inicia desde la paz, siendo querida y aceptada en su casa pero escuchando una voz que la hace viajar en otra dirección. ¿Y qué le espera cuando sigues esa voz? Según Frozen 2, al otro lado está la unión con uno mismo, la aceptación y la felicidad. Eso sí, de follar ni hablamos. Personalmente no esperaba que Elsa fuera lesbiana, pero sí un trato democrático de las relaciones entre hombres y mujeres y un mínimo de decencia. En 2019, los galanes ya no pueden cantar a una chica que será suya y mucho menos hacerlo en salas abarrotadas de niñas que aspiran a convertirse en esa clase de mujer. Estoy deseando ver una princesa lesbiana en los dibujos animados, pero me parecería mucho más moderno y rompedor ver relaciones cisgénero que no sean patriarcales.

Mi hija pequeña (6 años) salió del cine con una idea clara: “Yo jamás me casaré, mamá”.

Nuria Labari es escritora y periodista, autora de La mejor madre del mundo (Literatura Random House).

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