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Opinión - 22.02.2020

Fracaso es fracaso

La cumbre de la UE, incapaz de alumbrar nuevas ideas para financiar sus planes

El Consejo Europeo ha sido incapaz en dos intensas jornadas de alcanzar acuerdos de empaque sobre el paquete presupuestario septenal 2021-2027. Es un fracaso preocupante porque es un asunto clave, el marco que debe financiar tanto las políticas al servicio de la integración ya en marcha (agrícola y de cohesión territorial y social) como las nuevas estrategias exterior, ecológica, digital y de competitividad. Sin recursos, la política es retórica.

Algunos se consuelan porque lo frecuente era partir de un desacuerdo inicial hasta fraguar el consenso tras largas discusiones, aptas para desalentar las mayores expectativas de unos y otros. Otros apelan a que en esta ocasión el envite era tanto más arduo cuanto más encarnizado el pulso entre contribuyentes netos (los más prósperos) y receptores netos (los más débiles), por la necesidad, en ambos bandos, de restaurar equilibrios que estallaron con la Gran Recesión. Y además se alegaba que debe otorgarse un plazo a las nuevas instituciones y sus responsables, surgidos de las últimas elecciones.

Cierto, pero todo eso no es lo principal. La razón profunda del fiasco es que los dirigentes siguen aplicando esquemas muertos a los problemas vivos. Y que los ciudadanos se resisten a encajar esa óptica: resulta inútil, por ajena a sus preocupaciones cotidianas, de los agricultores españoles, de los anhelos de las oenegés en el Mediterráneo o de las angustias de los ciudadanos bálticos por la deriva de Moscú. Si los gobernantes de los 27 son incapaces de enhebrar esos anhelos —todos ellos— con los números, es que necesitan un seminario de realidad.

En efecto, hasta ahora bastaba que, ante cualquier desacuerdo habitual, el árbitro conjugase un manejo prudente del tiempo con la oferta de propuestas intermedias para lograr consensos elementales: el famoso y mediocre mínimo común denominador. Si eso fuese aún factible, la gestión de esta cumbre por su presidente, Charles Michel, habría sido intachable, o al menos correcta.

Pero resulta que hoy ya no es ayer. Algunos de los rivales internacionales de años atrás se han convertido en amenazantes enemigos. Un socio importante, el Reino Unido, acaba de abandonar el club. Las opciones de mejora de la Unión se han trocado en un enorme reto de supervivencia. Y ya no basta con surfear sobre las debilidades propias, cuando el malestar social interno —de distintos signos— tensiona la construcción europea y lanza incluso sobre estas responsabilidades que no le corresponden, pero que por su éxito debe asumir en tanto cristalizan las contradictorias expectativas de sus ciudadanos.

La agónica lucha por el reparto de un miserable (pero clave) céntimo del PIB europeo —¡se discute de un 1% de la economía continental!— sería ridícula si no fuera patética. Las necesidades sociales de rescate de los precarizados por causa de la reciente crisis y la urgencia de responder a las nuevas competencias globales requieren algo más que afeites equidistantes entre polos extremos.

Urge una visión nueva. Y unos mecanismos que renueven el presupuesto más allá de los saldos entre ingresos y gastos, entre aportaciones y subvenciones. Exige ideas nuevas. Nuevos recursos propios (impuestos europeos) o capacidad de financiar fuera de las contribuciones clásicas (endeudamiento directo con eurobonos o indirecto a través del Banco Europeo de Inversiones). En tiempos de turbación, las mentes de burócrata son funerarias.

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